Chile poselectoral: Las elecciones y el cambio de período en el capitalismo chileno.

por Sebastian Zarricueta.

El reciente proceso eleccionario es probablemente el más importante por el que la administración civil del capitalismo chileno haya atravesado desde que esta sustituyó a la dictadura militar. En efecto, estas elecciones terminaron por sancionar el fin de la larga “transición a la democracia”, dejando de paso un significativo reordenamiento de los partidos y fuerzas políticas burguesas.

Más allá de los resultados particulares de la votación, los sectores revolucionarios deben entender el nuevo período de la dominación clasista del gran capital que a partir de ellos se inaugura. En otras palabras, se trata de pasar del marco de la mera ingeniería electoral, propia de los tecnócratas de la ciencia política burguesa y actores que se mueven en el ámbito de la institucionalidad capitalista, al del análisis de la lucha de clases subyacente en una sociedad basada en la explotación.

En general, la dominación de la burguesía es un equilibrio dinámico en constante reacomodo, el cual llegado a ciertos puntos genera cambios de tal magnitud y naturaleza producto de los forcejeos entre las distintas clases y/o dentro de las fracciones de estas mismas que abren cuadros políticos cualitativamente distintos. Son precisamente estos cambios los que se deben tener en especial consideración si es que se aspira a levantar una alternativa política real para las clases trabajadoras, ya que dependiendo del tipo de escenario se desprenden cursos de acción específicos para cada caso.

Ahora bien, los hechos que se venían sucedido antes de la coyuntura electoral, como los resultados que finalmente esta arrojó, hacen plausible sostener la tesis de que en Chile se han acumulado ya una serie de elementos que configuran un cambio de período, en la acepción clásica que la teorización marxista le atribuye. Esto es: un reacomodo del bloque en el poder que cambia la modalidad en que se ejerce la dominación, que se expresan a su vez en cambios en la forma de funcionamiento de los procesos políticos y en la institucionalidad estatal[1].

Así, el actual patrón de acumulación capitalista, llamado popularmente como “neoliberal”, fundado por la contrarrevolución burguesa estaría cruzado en “lo político” por tres períodos, el último de los cuales aún en proceso de establecimiento.

Para revisar la plausibilidad de esta tesis es necesario tener a la vista ciertos elementos de contexto.

Período transicional

La característica transversal y definitoria de la fase “neoliberal” del capitalismo chileno es la dominación que ejerce prácticamente sin contrapeso el gran capital sobre la sociedad, lo cual tiene su expresión práctica en los niveles extremos de explotación que enfrentan las clases trabajadoras. Esto sin duda fue el fundamento último del éxito económico que el proyecto neoliberal exhibió en sus inicios.

Esta situación tiene su origen en el período fundacional del neoliberalismo chileno. Dicho período tomó la forma de uno abiertamente contrarrevolucionario, en donde la dominación política del capital descansó en el aparato represivo del Estado burgués. Con los militares a la cabeza se emprendió, por un lado, el aplastamiento del movimiento de masas de las clases trabajadoras y la represión y desarticulación de sus organizaciones políticas; y, por otro, la refundación del capitalismo chileno a través de la implementación de una serie de reformas estructurales que cambiaron profundamente las bases de su funcionamiento, y que tuvo como contrapartida la desestructuración de la clase obrera clásica.

El segundo período es el que corresponde a la “transición a la democracia”, inaugurado formalmente en el plebiscito del 88’. Su característica principal fue el reemplazo de la administración militar por una civil, que colocó a la cabeza del aparato estatal a una casta de políticos profesionales y restituyó las instituciones representativas de la democracia burguesa.

La premisa para la instauración de dicho período fue la derrota previa del movimiento de masas que se manifestó en el auge de las protestas del año 86’. Despejada dicha amenaza, y consolidadas las reformas estructurales, el camino quedó abierto para la asunción de esta casta de políticos profesionales que materializaría el conjunto de acuerdos pactados con la dictadura y sus cómplices civiles.

¿Cómo se articuló la dominación del gran capital en este período? En primer lugar, “por arriba” la casta de políticos profesionales en el gobierno actuaba como interlocutor directo de este, materializando sus intereses fundamentales. En segundo lugar, una serie de arreglos institucionales, donde el sistema binominal era la piedra de toque, garantizaban también “por arriba” el inmovilismo político a través de una suerte de “empate catastrófico” entre las dos principales coaliciones burguesas. Por último, la administración civil del capitalismo agregó un nuevo elemento “por abajo” que la dictadura no podía hacer, a saber: la subordinación de las organizaciones tradicionales de los trabajadores por medio de la corrupción de su dirigencia.

La materialización de este nuevo componente tuvo como actor principal a la burocracia sindical a la cabeza de la CUT en manos del triunvirato partidario PC-PS-DC, la cual sistemáticamente subordinó los intereses de los trabajadores en pos de la defensa de la “frágil” democracia bajo el chantaje de una eventual vuelta de los militares y la derecha al poder.

El fin del período transicional

El caso es que el esquema de dominación burguesa encarnado en la serie de arreglos político-institucionales del período transicional ha cumplido su rol histórico, se ha agotado. Entre las razones de esta caducidad están:

  • La paulatina desaparición física de los generales militares y civiles de la contrarrevolución burguesa, permitiéndole a la derecha desmarcarse del pinochetismo y que este último pueda a su vez ampliar su agenda (de la defensa de militares violadores de derechos humanos a una de adalid de sectores integristas y de la pequeña burguesía propietaria afectada por el recrudecimiento del conflicto en la Araucanía).
  • La pérdida de vigor de la base primario-exportadora de la economía chilena sobre la cual se basó el éxito del neoliberalismo. Además del salto de la burguesía chilena de una fase de mera exportadora de materias primas a una que incorpora la exportación de capitales hacia la región.
  • La bancarrota vergonzante de la CUT que termina por cuestionar su rol como garante “por abajo” de la gobernabilidad neoliberal. Esto genera que la central sea continuamente desbordada por la reactivación del movimiento de trabajadores[2], moviéndole el piso al lugar que ocupa la burocracia sindical al interior del bloque en el poder.
  • Y, finalmente, la pérdida de legitimidad de la institucionalidad burguesa y el descrédito generalizado de los partidos políticos tradicionales.

Ya el esquema de dominación de este período venía acumulando una serie de “anomalías”[3], siendo su expresión más visible, pero no la única, el ciclo de movilizaciones sociales inauguradas a partir de 2006.

Llegado a este punto la dominación burguesa se entrampó en una situación pantanosa en lo político. Es aquí donde se produjeron los sucesivos enroques de gobiernos encabezados por Bachelet y Piñera.

La razón de fondo de esta situación está en la ausencia de proyectos de las clases fundamentales de la sociedad. La dominación sin contrapeso que ejerce el gran capital hace que la burguesía chilena no posea en la práctica un proyecto “no neoliberal” para resolver los problemas que se presentan en la base de la acumulación y en el agotamiento del sistema político. Por otra parte, la exasperante ausencia de las clases trabajadoras como actor independiente en la escena nacional priva a esta de una alternativa realmente transformadora.

El agotamiento del proyecto concertacionista, el cual se basaba en haber sido la coalición política que por excelencia encarnaba el “espíritu” de la administración civil del capitalismo chileno al garantizar simultáneamente éxito económico y gobernabilidad, ya venía mostrando claras señales en procesos eleccionarios previos.

La elección de Piñera en 2009 y su gobierno despejaron una serie de mitos elevados a nivel de ideología por los operadores políticos de la Concertación en el aparato estatal, y que hacía eco en ciertos sectores de la izquierda, sobre el supuesto acabose de mundo que una administración derechista significaría. De hecho, el gobierno de Piñera terminó siendo en la práctica un quinto gobierno de la Concertación.

En esa misma elección, la votación obtenida por Marco Enríquez-Ominami (ME-O) demostró el gran descontento acumulado en la base del electorado concertacionista, que llevaba a la fragmentación de dicha coalición política y que fue circunstancialmente pospuesta por el alineamiento espurio de sus partidos tradicionales más el PC bajo la figura de Bachelet como carta segura de la presidencial de 2013.

Precisamente la Nueva Mayoría intentó salvar el proyecto concertacionista adoptando parte de las demandas levantadas por los denominados movimientos sociales y tratando de “airear” el sistema político mediante la incorporación de otros referentes, ya sea incluyéndolos en la misma coalición (PC) o dando espacio dentro de la ingeniería electoral a “nuevos rostros” (Jackson). El programa reformista contó en un comienzo con las bendiciones del gran capital, las que sin embargo fueron retiradas al poco andar al constatar que la desaceleración de la economía era algo más que un mero hecho coyuntural. La guinda de la torta vino dada por el constante torpedeo interno que sufrió la administración Bachelet, especialmente por los sectores más duros de la DC.

Ante este cuadro el Frente Amplio vino a capitalizar el descontento acumulado en el electorado concertacionista, dándole expresión orgánica y político-programática, algo en lo que ME-O y su partido el PRO fallaron. ¿Por qué? Porque precisamente en el Frente Amplio cristalizan amplios sectores de las clases medias, ya no solo como electorado sino también como actor colectivo con conciencia de sí, algo que estaba ausente en el primer caso.

La inauguración de un nuevo período

Ahora bien, ¿por qué es posible sostener que el reciente proceso eleccionario marca la consumación de un cambio de período?

Se debe considerar en primer lugar que se trata de un cambio de período dentro del contexto de la administración civil del capitalismo chileno, en donde siguen vigentes el Estado de derecho y las instituciones representativas de la democracia burguesa.

“Por arriba” la sustitución del sistema binominal acaba con uno de los pilares de la institucionalidad política que fundaron los acuerdos transicionales. Su reemplazo por uno proporcional no es algo meramente simbólico, sino que es un cambio significativo que le imprimirá una nueva dinámica política a las fuerzas que se mueven dentro del marco de la institucionalidad burguesa.

Si bien aún está por verse cuál será específicamente esta nueva dinámica, en lo inmediato se puede prever una mayor inestabilidad e impredecibilidad del sistema político producto de una fragmentación de las grandes coaliciones políticas de la transición, que en este caso terminó por dar el golpe de gracia a los intentos por mantener a la vieja Concertación, y una mayor facilidad para la aparición de fuerzas outsiders dentro de la institucionalidad.

Respecto a esto último, y siguiendo en el ámbito “por arriba” del sistema de dominación, la irrupción del Frente Amplio marca una renovación de la clase política que administró el Estado durante el período transicional. Como contrapartida, estas elecciones marcaron el ocaso de referentes políticos que fueron ejes de la transición, particularmente la DC y el PPD, y de personajes que fueron emblemáticos de dicho período (Lagos, Zaldívar, Escalona, Walker, Burgos, entre otros).

Los resultados obtenidos por este referente vienen a coronar la irrupción de las clases medias en la escena política nacional. Desde ahora en adelante el gran capital puede contar con un actor político-social constituido con el cual entrar en transacción con vistas a mantener la gobernabilidad burguesa. Prueba de ello son las acciones que tanto Piñera como Guillier adoptaron de cara a la segunda vuelta. Mientras el primero se hizo parte oportunistamente del caballito de batalla de estos sectores, la demanda de educación gratuita; el segundo se reunió personalmente con la dirigencia del Movimiento No+AFP con el fin de concitar un eventual apoyo de este. El éxito de esta transacción dependerá sin embargo de la capacidad que tenga el gran capital de metabolizar las demandas de este sector social, cooptar a su dirigencia y de la capacidad de maniobra que tenga este nuevo actor [4].

Ahora bien, ¿qué contradicción de la dominación burguesa resuelve, o al menos intenta hacerlo? La aparición del Frente Amplio en la escena nacional es al mismo tiempo expresión e intento de solución del desgaste “por abajo” de la gobernabilidad neoliberal. El vacío dejado por la bancarrota de la CUT[5] y su pérdida de ascendencia sobre el movimiento de trabajadores, que la vuelven incapaz para lidiar con el auge de huelgas y protestas, necesita ser llenado; así como también la gigantesca desafección de la población para con el sistema político-institucional, fenómeno que cobra especial fuerza entre los sectores populares.

Que se logre o no la recomposición “por abajo” de la dominación burguesa es algo que aún está por verse, pero lo que sí es claro es que al menos esta no es una tarea tan sencilla.

Las dudas de esto radican, en primer lugar, en que la irrupción del Frente Amplio en la arena electoral no conllevó un caudal significativo de nuevos contingentes de votantes que pudiera llevar a sostener que se está produciendo un rejuvenecimiento de la democracia chilena y una recuperación de la confianza en sus instituciones. Por el contrario, el número de votantes permaneció prácticamente inalterado con respecto a la primera vuelta de la anterior elección presidencial y el porcentaje de abstención aumentó levemente, demostrando de paso que parte importante del apoyo del Frente Amplio en las urnas proviene del trasvasije de votos desde los partidos de la antigua Concertación.

De todas formas, mientras la desafección de los sectores populares para con la institucionalidad política siga como masa amorfa esta no representará ningún cuestionamiento de fondo para la dominación burguesa. De hecho, es hasta funcional a esta en la medida que su única consecuencia práctica es la elitización del electorado.

En segundo lugar, una dificultad fundamental para recomponer la dominación burguesa “por abajo” de forma consistente y duradera sobre una base social fundada en las nuevas clases medias radica en la incapacidad que estas muestran para generar instancias permanentes y estructuradas con arraigo de masas, tal como las que levantó la clase obrera a lo largo del siglo XX. No por nada las instancias de masas más estructuradas que en este sentido se pueden encontrar entre dichos sectores corresponden a federaciones universitarias, especialmente de los planteles tradicionales. El resto corresponden más bien a “acciones ciudadanas” y órganos de lucha de sectores populares atraídos al discurso cuidadanista.

En síntesis, y dejando de lado las perspectivas y proyecciones del nuevo cuadro político-social, tres elementos fundamentales configuran un cambio de período en el capitalismo chileno. Estos son:

  • Una renovación de la clase política civil administradora de la dominación burguesa.
  • Un cambio del marco institucional sobre el cual se mueve el juego político de las fuerzas burguesas.
  • La irrupción de las clases medias en la escena nacional como actor con agenda propia.

El fenómeno electoral del Frente Amplio

La sorpresa de las elecciones del pasado 14 de noviembre fue la inesperada votación obtenida por el Frente Amplio. Con esto el mapa de la política chilena en la esfera institucional quedó constituido por tres grandes fuerzas burguesas: Chile Vamos, La Fuerza de la Mayoría y el Frente Amplio, cada una de las cuales sirve de polo de atracción para las respectivas expresiones de derecha, centro e izquierda del sistema de dominación clasista.

La fuerza relativa de cada uno de estos conglomerados, dependiendo de si esta se evalúe desde la perspectiva de la votación obtenida en la elección presidencial, en la de diputados o en la representación parlamentaria efectivamente obtenida en la Cámara baja, quedó conformada de la siguiente forma:

Cuadro 1: Peso relativo de las principales fuerzas político-electorales, porcentaje 

Votación

Representación parlamentaria

Presidencial

Diputados

Chile Vamos

36,6

38,7

47,1

La Fuerza de la Mayoría

22,7

24,1

27,7

Frente Amplio

20,3

16,5

12,9

Total

79,6

79,2

87,7

Fuente: Construcción propia a partir de información del SERVEL.

 

Respecto al Frente Amplio destaca que, a diferencia de las otras dos grandes fuerzas político-electorales de la institucionalidad burguesa chilena, su peso relativo parlamentario es –sensiblemente– menor a la fuerza que su opción presidencial logró concitar. Alrededor de un 20% de su fuerza electoral relativa se disipa al pasar de la arena presidencial a la parlamentaria. Este fenómeno da cuenta de la debilidad orgánica de este referente, el cual aún descansa en forma importante en el carisma de personajes claves antes que en estructuras partidarias consolidadas en lo electoral.

Los resultados de las recientes elecciones entregan valiosa información para la caracterización del Frente Amplio como fuerza burguesa emergente[6]. En este sentido, si analizamos “orgánicamente” el apoyo electoral que una fuerza política que actúa en el marco institucional concita a su alrededor, es posible representar dicho apoyo como una suerte de sucesivos “círculos concéntricos”; donde en el centro se sitúa el núcleo más duro constituido por su base militante, mientras que los siguientes corresponden a apoyos más laxos al proyecto que encarna: votantes que concurren a las primarias, votación de diputados, siendo la votación presidencial el último de estos.

Por otra parte, en el caso de las fuerzas burguesas tradicionales, entendidas como aquellas que aspiran a ejercer la conducción política del país en los marcos del dominio del capital[7], deben ser capaces de generar una estructura de apoyo electoral consistente con tal de lograr el control del ejecutivo y una base acorde en el legislativo que le permita llevar a cabo su programa[8]. Eso es en esencia el meollo del problema para las fuerzas burguesas que se mueven en la institucionalidad[9].

Ahora bien, bajo este esquema que se circunscribe exclusivamente a las fuerzas burguesas tradicionales[10], y en base a los resultados de las primarias del 2 de julio y la elección parlamentaria y primera vuelta presidencial del 14 de noviembre, es posible realizar una caracterización orgánica del apoyo electoral concitado por el Frente Amplio recurriendo a la idea de “círculos concéntricos” mencionada anteriormente.

Cuadro 2: Composición de la votación de las principales fuerzas político-electorales según nivel de apoyo orgánico 

Frente Amplio

Chile Vamos

La F. de la Mayoría

n° votos, miles % n° votos, miles % n° votos, miles %
Base militante

245,3

18,3 253,9 10,5

Aporte no militante en primarias

82,4

6,2 1.164,2

48,2

Aporte votación diputados (*)

661,6

49,5 900,6 37,3 1.442,2

96,3

Aporte votación presidencial

347,5

26,0 98,5 4,1 54,9

3,7

Total votación

1.336,8

100 2.417,2 100 1.497,1

100

Fuente: Construcción propia a partir de información del SERVEL. (*) Al no haber realizado elecciones primarias, en la Fuerza de la Mayoría no es posible distinguir qué parte de la votación de diputados corresponde a niveles orgánicos previos.

 

Al respecto se aprecia una debilidad manifiesta de este referente en relación a los otros dos, el cual se refiere a la desalienación entre el apoyo que concita su programa a nivel parlamentario y a nivel presidencial. Mientras que la votación de diputados en Chile Vamos y en La Fuerza de la Mayoría representó en torno al 96% de la votación obtenida por sus respectivas opciones presidenciales, en el Frente Amplio este porcentaje se reduce drásticamente, a un 74%. O sea, la figura de Beatriz Sánchez aportó el 26% de la votación total frenteamplista.

Incluso en las elecciones presidenciales de 2013, en que el triunfo de la Nueva Mayoría descansó en gran parte en la popularidad de Bachelet, la estructura de su votación fue muy similar a la que mostraron esta vez Chile Vamos y La Fuerza de la Mayoría. La votación de los candidatos a diputados de la Nueva Mayoría representó el 96,5% del total de votos obtenidos por Bachelet en primera vuelta en esa ocasión. El aporte adicional que ella hizo con respecto a los diputados representó apenas el 3,5% de la votación total de la coalición.

Por otra parte, al comparar al Frente Amplio con el referente de derecha, la composición de la votación frenteamplista es mucho menos “dura”. En efecto, mientras en Chile Vamos el grueso de la votación está concentrado muy cerca de su base militante; en el Frente Amplio, en tanto, el caudal que aportan los círculos menos orgánicos es crucial. Así, el aporte adicional de votos que hacen sus candidatos a diputados y la figura de Sánchez representan el 75,5% su electorado, versus el 41,3% de Chile Vamos.

Todo esto seguramente es reflejo de la existencia de estructuras partidarias poco consolidadas, que no logran establecer una conexión coherente en el electorado entre la opción presidencial y los candidatos a diputados. Aún el Frente Amplio tiene un trecho importante que recorrer para constituirse en una fuerza consistente que aspire a la conducción política del capitalismo chileno.

La perplejidad en la izquierda revolucionaria, elementos para un balance

Objeto de análisis y balance, especialmente por las debilidades evidenciadas, son las consecuencias que trajo aparejada los resultados de las elecciones, en particular los de la primera vuelta presidencial. Estos causaron una gran perplejidad en la militancia revolucionaria. Lo problemático de dicha perplejidad es que no se circunscribió exclusivamente a la sorpresa por la votación obtenida por el Frente Amplio; sino que reflejó también una falta de compresión del fenómeno que este encarna, su naturaleza político-social y la significación de los resultados en cuanto al reordenamiento de las fuerzas burguesas.

De alguna manera se puede hacer un símil entre el cuadro abierto por los resultados de las recientes elecciones y al que se generó a principios de los 90’. La derrota de las clases trabajadoras y la incomprensión por parte de la izquierda revolucionaria del nuevo período que se abría a partir del plebiscito derivó en una desorientación política de tal alcance que dio origen a la desconstitución de sus organizaciones y programa.

“Por la derecha” se incubaron tendencias liquidacionistas –de las que precisamente los referentes del “ala izquierda” del Frente Amplio (Izquierda Autónoma) son herederos– que, bajo la bandera de la pérdida de vigencia histórica del proyecto revolucionario, propugnaron la disolución en las fuerzas burguesas posicionadas en ese momento “más a la izquierda” del sistema de dominación o acoplarse “críticamente” a las alternativas que ellas ofrecían. Por otra parte, la pérdida de anclaje en las clases trabajadoras dejó en el aire, sin arraigo de masas, al programa socialista revolucionario, dando paso a dos salidas “por la izquierda”: a la meramente testimonial, sin incidencia política real; y al aparatismo vanguardista, el cual exacerbó el aislamiento sectario de la izquierda revolucionaria con respecto a las masas, y que en el extremo generó acciones con altos costos para la ya golpeada militancia de la época.

El reacomodo de las fuerzas burguesas a partir de las últimas elecciones y el nuevo período que con él se inicia constituyen una salida provisoria relativamente benigna de las contradicciones que desgarran al capitalismo chileno, en el sentido de que hasta ahora la dominación burguesa no se ha visto en la necesidad de replegarse y descansar en los aparatos coercitivos del Estado. No se avizora que en lo inmediato vaya a desatarse un estado de represión abierta sobre el movimiento de masas, por más que en los próximos cuatro años gobierne la derecha. Por el contrario, la recomposición de la dominación del capital toma por el momento la forma “amigable” del ciudadanismo.

El tema aquí es cómo es posible que una salida de este tipo pueda generar tanto alboroto, vacilaciones y liviandad de análisis[11] al interior de los sectores de avanzada de la izquierda chilena. Esto no hace sino sembrar serias dudas respecto a la firmeza ideológica y claridad política de esta franja, por una parte, y en la capacidad orgánica que esta pueda mostrar mañana ante eventuales embates de mayor alcance y crudeza del sistema de dominación, por otra.

La coyuntura ha desnudado la extrema fragilidad del sector revolucionario, lo cual debe llevar a preocupación. El riesgo aquí, y la tarea inmediata consiste en evitarlo, es que se vaya abrir un cuadro similar al de principios de los 90’, en donde la ilusión de los atajos pequeñoburgueses arrastre a parte de la delgada franja de militantes revolucionarios hacia dicha senda, deje al contingente restante sin iniciativa política ante las clases trabajadoras y desconstituya la incipiente fuerza social acumulada hasta ahora.

Para ello es necesario identificar las causas de la perplejidad que se observó en los sectores de la izquierda revolucionaria ante los resultados electorales, en el entendido de que dicha perplejidad no es sino expresión de la debilidad de este sector en distintos aspectos interrelacionados entre sí, a saber: político-programático, orgánico e inserción social.

Factor objetivo

Gran parte del deslumbramiento que algunos sectores en la izquierda revolucionaria sufrieron con los resultados del Frente Amplio tiene su origen de fondo en la base social que este como aquella han venido compartiendo al momento de levantar y estructurar sus respectivos referentes nacionales. En particular, el movimiento estudiantil.

El ciclo de movilizaciones estudiantiles generó un caldo de cultivo propicio para que nuevos contingentes de jóvenes cobraran conciencia e interés por los grandes problemas que cruzan al capitalismo chileno y fueran atraídos a la actividad política. No por nada las organizaciones de la izquierda revolucionaria con mayor incidencia en la agenda nacional en el último tiempo tienen un importante contingente estudiantil –especialmente universitario– en su seno, por no decir que desde allí se construyen.

A ojos de esta joven militancia el Frente Amplio, si bien no con el programa adecuado, logró dar una respuesta al problema de la proyección nacional de las luchas sectoriales, dándole de paso una estructura orgánica consistente. Con frustración ven cómo el nuevo referente de la política burguesa arrasa en las principales federaciones universitarias. Surge así el cuestionamiento interno respecto de si no será ese el camino más adecuado a seguir.

Parte de las generaciones más antiguas en tanto vieron la opción frenteamplista como una posibilidad real de que sus esfuerzos de construcción en la larga noche neoliberal lograran tener finalmente algún tipo de incidencia en la escena nacional. Unos se sumaron de forma honesta, pero ilusamente; mientras que otros simplemente se compraron toda la siutiquería y vulgaridades de la academia burguesa.

Sin embargo, esto es solo un aspecto parcial del problema. De más largo alcance resulta la débil inserción de la izquierda revolucionaria entre las clases trabajadoras, la incapacidad que ha mostrado hasta el momento para establecer una conexión orgánica real con estas y constituir un referente que encarne política y programáticamente el proyecto histórico de los trabajadores.

Desanclado de las clases trabajadoras el discurso y la práctica socialista quedan desprovistos de la sustancia social que le dan su razón de ser. Esto es lo que explica que los cursos de acción de los distintos nucleamientos al interior de la izquierda revolucionaria han ido en la línea de formular emplazamientos éticos a las masas (no votar para no legitimar el sistema), campañas de agitación y propaganda auto afirmativas, radicalización meramente formal de expresiones acotadas del movimiento de trabajadores a través de acciones vanguardistas (destrucción de oficinas de AFPs) y/o radicalización de las demandas levantadas desde las clases medias de la sociedad chilena (educación gratuita, derechos sociales). Esto último es lo que particularmente ha generado mayor frustración, al ver que gran parte del esfuerzo desplegado termina por ser capitalizado por fuerzas políticas que mejor expresan a los sectores sociales que levantan dichas demandas.

El común denominador de estas líneas de acción es que en poco y nada resuelven el problema de la formulación de orientaciones concretas para las clases trabajadoras en sus luchas cotidianas, ni tampoco permite darles proyección en un horizonte estratégico de mayor alcance.

Factor subjetivo: causas y consecuencias

En el plano subjetivo, aún se aprecia una falta de maduración teórico-política en el activo militante que permita la cristalización de una masa crítica de cuadros revolucionarios capaces de asumir la conducción de las clases trabajadoras.

La razón de esto es que la confluencia entre los contingentes de nuevas generaciones atraídas a la lucha revolucionaria y las generaciones de antiguos cuadros militantes no logra todavía amalgamar orgánicamente. Sus distintas experiencias aún no cuajan en una síntesis virtuosa mayor.

Por una parte, las antiguas generaciones han aportado su valiosa experiencia de años de lucha revolucionaria y una formación política ya consolidada. Sin embargo, tienden a leer el actual estado y dinámica de la lucha de clases, y las tareas que de ella se desprenden, bajo el cristal de configuraciones que esta adoptó en el pasado. Por ejemplo, se ha insistido en catalogar como reformista al Frente Amplio y encasillar la disputa con este desde la óptica de la lucha contra el reformismo, siendo que esto constituye un error de concepto fundamental ya que su naturaleza social y política difieren sustancialmente de lo constituyó el fenómeno del reformismo propiamente tal. Esto naturalmente repercute en las lecturas generaciones más jóvenes de la militancia.

Por otro lado, el reciente ciclo de movilizaciones ha servido de escuela formativa para las jóvenes generaciones. Se han fogueado y tomado contacto con la lucha de masas. Se deslumbraron con las marchas de cientos de miles de personas por la Alameda y los principales centros urbanos del país. Sin embargo, aún no han tenido ante sus ojos verdaderos movimientos de masas en que los trabajadores y las clases populares se posicionen en el centro de estos, generando reales episodios de crisis en la dominación burguesa. Las movilizaciones hasta ahora han estado más bien acotadas a los sectores medios y hegemonizadas por estos.

La falta de maduración teórico-político en el activo militante tiene una serie de consecuencias para el análisis de la lucha de clases y la determinación de las líneas de acción en la izquierda revolucionaria.

Ilustrativo de aquello es el análisis y balance del ciclo de movilizaciones. La naturaleza social de estas, los actores involucrados y los distintos intereses en juego, por ejemplo, nunca pudieron ser determinados con precisión en la franja militante. Su análisis se encaró desde la difusa perspectiva de los “movimientos sociales”, sin establecer una relación orgánica ni con el estado de la acumulación capitalista ni con la estructura de clases de la sociedad chilena. Categorías propias de la ciencia política burguesa como “ciudadanía”, “grandes mayorías”, “élites”, etc., resonaron en los distintos análisis y llamamientos del sector. Finalmente, se adoptó sin mayor cuestionamiento el discurso de “derechos sociales” como bandera de lucha.

Adicionalmente los análisis políticos han estado teñidos por un fuerte componente ingenieril-electoral, con un alto sesgo hacia la casuística de los distintos tiras y afloja al interior del bloque dominante.

Esto es lo que explica la incorrecta lectura del fenómeno del abstencionismo electoral, el que incluso derivó en una línea de anti electoralismo militante. Algunos incluso vieron el fenómeno como un abierto desafío a la dominación burguesa que generaba la antesala de una crisis, si es que ya no lo era en sí misma. Aparecían confundidas en el análisis los mecanismos de resolución de las desavenencias entre las distintas fracciones burguesas con la fuente del poder en cuanto tal de la burguesía como clase. Al fin y al cabo, que vote o no la población no es la razón por la que el capital detenta el poder en la sociedad.

Lo que en cambio el fenómeno expresa es la profunda y extendida desafección que los sectores populares tienen para con las instituciones representativas de la democracia burguesa, el cual plantea la posibilidad –de la cual la izquierda revolucionaria debe sacar el máximo provecho político y organizativo posible– de constituir desde un comienzo un movimiento de trabajadores ideológicamente libre de cualquier fetichismo republicano e ilusión democrática, ideas en las que el reformismo educó sistemáticamente a la clase obrera y que hoy se levantan desde el ciudadanismo bajo la forma de una supuesta democracia “secuestrada” por los grandes intereses económicos y políticos corruptos al servicio de estos. Se abre la posibilidad de acabar con el predominio histórico que el reformismo ha tenido en las organizaciones de trabajadores, predominio que incluso en los momentos cruciales y de mayor ascenso del movimiento de masas las corrientes revolucionarias nunca pudieron revertir.

Tareas

Las tareas que se desprenden en el contexto del nuevo período que comienza a consolidarse son en primer lugar determinar las dinámicas que adoptará la lucha de clases. Hay que establecer sus proyecciones, en el sentido de las posibilidades que se han clausurado y cuáles se abrirán para las fuerzas revolucionarias.

Uno de los principales desafíos del período consistirá en llevar a las clases trabajadoras al centro de la disputa política nacional. Que estas dejen de estar a la zaga y diluida en las distintas fuerzas burguesas que se disputan la escena de la política chilena.

El objetivo, por tanto, es la constitución de un movimiento de masas en cuyo centro estén las clases trabajadores.

Para ello la izquierda revolucionaria debe dilucidar las líneas político-programáticas fundamentales de una transformación socialista de la sociedad chilena, la estrategia para llevarla a cabo y las formas organizativas consistentes con esta.

12/2017 / Documento de discusión.

 

Notas:

[1] Véase Tomás A. Vasconi: Gran capital y militarización en América Latina, Ediciones Era, México, 1978, p. 16.

[2] Véase por ejemplo Francisca Gutiérrez et al.: Informe de Huelgas Laborales 2016, Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES)/Facultad de Economía y Negocios, Universidad Alberto Hurtado, junio 2017. En dicho informe se consiga precisamente un ciclo de mayor conflictividad laboral iniciado a partir de 2006, y que según los últimos datos aún no habría concluido.

[3] Véase Rafael Agacino: “¿Dónde está el poder? Las anomalías del proyecto neoliberal y las opciones para un poder político-social emergente”, Rebelion.org, 4/6/2013.

[4] Véase Sebastián Zarricueta C.: “El Frente Amplio y el reacomodo del bloque en el poder”, Punto Final, N° 872. Versión completa disponible en: http://www.estudiosnuevaeconomia.cl/2017/04/03/el-frente-amplio-y-el-reacomodo-del-bloque-en-el-poder/

[5] Ilustrativo de esta situación es que el entreguismo puesto juego por el PC en la CUT ya ni siquiera es motivo de vergüenza. Si en 2016, a propósito de la negociación del reajuste salarial del sector público, la presidenta de la CUT Bárbara Figueroa se acordaba hasta de la madre del entonces ministro de Hacienda Rodrigo Valdés, debiendo ser retirada por la fuerza pública de las graderías del Congreso; en 2017, en contraste, y en pleno apronte para la segunda vuelta presidencial, se limitaba a reconocer por la prensa la delicada situación de la economía chilena que a su juicio explicaría el magro 2,5% de reajuste dado por el gobierno.

Al menos dos cosas se pueden sacar en limpio de lo anterior. En primer lugar, la conocida actriz Delfina Guzmán, madre del actual ministro de Hacienda Nicolás Eyzaguirre, no habría tenido necesidad a lo largo de su vida de desempeñar las labores de la profesión más antigua del mundo. Y, en segundo lugar, con dicho reajuste los trabajadores del sector público acumularon un incremento real total de sus remuneraciones de apenas un 1,61%, durante toda la gestión de Bachelet, versus el 8,55% que alcanzaron durante el gobierno de Piñera.

[6] Para una primera caracterización en base a los resultados de las elecciones primarias véase Sebastián Zarricueta C.: “¿Qué tan amplio es el Frente?”, Punto Final, N° 881.

[7] Esto es lo que precisamente el Frente Amplio constituye a fin de cuentas: una fuerza burguesa más en el cuadro político-social del capitalismo chileno. La pirotecnia verbal de sus representantes e ideólogos no debe llevar a equívocos al respecto.

[8] No es casual por tanto que el mismo Frente Amplio se defina como «una fuerza política con opción real de gobernar y de legislar» (véase http://frente-amplio.cl/te-invitamos-construir-frente-amplio).

[9] Que esto se logre o no depende de una serie de circunstancias, y no está necesariamente asegurado a priori. De hecho, hay episodios en que esta coherencia se rompe. Es el caso por ejemplo en que irrumpe un personaje carismático que obtiene la conducción del ejecutivo por sobre el sistema de partidos vigente, como Ibáñez en la década de los 50’, en donde la ausencia de una estructura partidaria le priva de un soporte parlamentario para llevar a cabo sus promesas de campaña. O el caso en que la conducción del ejecutivo recae sobre una coalición distinta a la que controla el legislativo. Dependiendo del grado de las contradicciones en juego, este tipo de situaciones pueden abrir episodios de serias convulsiones en el sistema político-institucional burgués.

[10] Esto porque en principio es perfectamente factible que en el seno de la institucionalidad burguesa actúen fuerzas de otro carácter, definidas por no necesariamente aspirar al ejercicio de la conducción política del país dentro del dominio del capital, como por ejemplo obrero-revolucionarias o burguesas no tradicionales, sin que por actuar en dicho espacio pierdan su carácter. En tales casos, para conseguir sus objetivos el modelo orgánico de apoyo electoral de las fuerzas burguesas tradicionales no es aplicable.

Así por ejemplo, en teoría una fuerza revolucionaria de trabajadores bien puede plantearse como objetivo el contar con una representación parlamentaria que le sirva de tribuna para educar a su clase y emplazar a las clases dominantes y aliados. Esta fue la táctica que adoptaron los bolcheviques respecto a la Duma una vez derrotada la revolución en 1905, y en general la seguida por los partidos socialistas europeos hasta antes del estallido de la Primera Guerra. En dicha línea, una fuerza de este tipo bien puede prescindir de presentar una opción a las elecciones presidenciales, o usarla exclusivamente para darse a conocer. De hecho, ¿por qué una fuerza revolucionaria de trabajadores debería aspirar como parte de su estrategia ocupar o a estar a la cabeza de instancias ejecutivo-administrativas del Estado capitalista (municipalidades, ministerios, gobierno, etc.)? El solo planteamiento de la cuestión revela ya lo absurdo de la situación ya que, o se utilizan dichas instancias como pivote para impulsar y llevar rápidamente a un estadio superior la lucha de los trabajadores (táctica del gobierno obrero planteada en su momento por la III Internacional) o la situación se entrampa y dicha fuerza termina asumiendo los costos sociales de administrar la explotación capitalista, en cuyo caso la fuerza revolucionaria pierde su carácter de tal. Así, el problema que se le plantea a una fuerza de este tipo es que antes de “gobernar”, o siquiera pensar en hacerlo, debe resolver la cuestión de la sustitución (derrocamiento) de la burguesía del poder.

Por otra parte, puede también haber actores burgueses cuya aspiración no sea la de la conducción política del país, al menos no en lo inmediato. Es el caso que representó la candidatura de J.A. Kast en las recientes elecciones presidenciales. Su carácter abiertamente burgués, e incluso reaccionario, es difícilmente cuestionable, pero su opción no aspiraba en realidad a la conducción política del país. De hecho, ni siquiera estaba acompañada de una lista parlamentaria. Esta estaba más bien dirigida a emplazar a la derecha y demostrar su fuerza, sin la cual Chile Vamos simplemente no puede aspirar a gobernar.

Finalmente, en el mismo campo de las fuerzas burguesas, otro caso lo constituye el de una fuerza fascista, cuyo objetivo último es el uso del aparato estatal para instaurar la dictadura abierta del capital que, apoyándose en un movimiento de masas, quiebre a los trabajadores. A pesar de que actúe en el marco de las instituciones burguesas representativas, este tipo de fuerzas busca finalmente suspender su acción.

[11] La entrevista de Franck Gaudichaud reproducida en Rebelion.org (30/11/2017) es una clara muestra de esto. Allí se sostiene que: «La (buena) sorpresa [sic] de esta primera vuelta son sin dudas los resultados del Frente Amplio…» Añadiendo, «Beatriz Sánchez, periodista recién llegada a la política, ha sido candidata tras vencer en las primarias a un candidato más claramente posicionado a la izquierda [sic], el sociólogo crítico [sic] Alberto Mayol.» Para terminar con una perla como: «Por lo tanto la recomposición a la izquierda se va a acelerar [sic].»

En verdad no corresponde catalogar de “buenos” o “malos” los reacomodos de las fuerzas burguesas, por más sorpresivos que estos puedan ser, son simplemente reacomodos al interior de la clase dominante de las cuales los trabajadores y las organizaciones revolucionarias deben analizar y tomar nota para determinar las líneas de acción a seguir.

1 Comment

  1. Buen análisis. Zarricueta es uno de los pocos marxistas que quedan en Chile, ahora que el trotskysmo de la FT-CI devino autonomismo ciudadano desde 2015. El MIT (de la lit-ci) aún tiene algo, pero hay que recordar que apoyaron al ciudadano Claude y su TALM en 2013 sin mucho problema. En el caso del CIT (socialismo revolucionario), por más que Mesina pueda efectivamente ser un «líder obrero», ya desmovilizó la coordinadora no+afp (mediante plebiscitos ciudadanos y reuniones no mandatadas y a puertas cerradas con Bachelet), así como su corriente en el campo internacional apoya la tendencia podemos-syriza y lucha contra un mero 1%. Clasismo queda en la UCT y hasta cierto punto en la cgt de Ahumada…

    Eso de la «izquierda revolucionaria» nunca lo he entendido mucho. Sartelli, un marxista argentino de cierto nombre, también se posiciona en este campo, ahora que empezó a tener relaciones con la izquierda chilena:

    https://www.revistaposiciones.cl/2017/12/10/empezar-de-nuevo-breves-notas-para-la-organizacion-de-la-voluntad-revolucionaria-a-comienzos-del-siglo-xxi/

    Como marxistas, sabemos que no solo Marx, Engels, sino que toda la izquierda clasista durante la segunda internacional (Zetkin, Parvus, Trotsky, Lenin, Luxemburg, Pannekoek, Berth, Lagardelle, Mehring) no se identificaba con este campo de la «izquierda revolucionaria». Eran sobre todo marxistas que luchaban en el seno de partido obreros o «semi-obreros». La «izquierda revolucionaria» nace justo cuando emerge el «frente popular», como justificación crítica por izquierda (Marceu Pivert en Francia en 1935-1936), ya que la «Oposición de Izquierda» de 1923/1927-1933 se definía como comunista, marxista antes que de «izquierda» (revolucionaria o no). Este primer antecedente de la izquierda revolucionaria gana cuerpo y cristaliza solo a fines de los 1950s y principios de los 1960s, con la crítica al estalinismo desde los mismos PCs que comienza en 1956 y con la revolución cubana de 1959, ambos componentes de lo que sería el núcleo la izquierda revolucionaria, la «nueva izquierda». Así, la izquierda revolucionaria, por origen, tradición y reivindicación actual no puede sino ser guevarista, castrista o maoísta, con el progresismo trotskysta sumándosele desde el secretariado unificado de Mandel y compañía. Pero Fidel y el Che buscaban sacar al dictador mediante un golpe que tenía un programa burgués (no solo la explícita lucha contra el feudalismo, sino la reivindicación de la propiedad privada nacional y extranjera), buscaron una revolución «verde» (palabras de Fidel) mediante métodos opuestos por el vértice a los obreros clasistas (desmovilizaron huelga generales, reprimieron a los obreros en el punto de producción cuando se oponían a sus métodos estajanovistas que tomaron prestados de los estalinos, etc). Los guevaristas luego serían contención y desvío (por decir lo menos) de las posibilidades revolucionarias obreras desde 1968 a 1984 (en Uruguay, en Chile, en Argentina, en Nicaragua, en Bolivia), llevando al extremo la indiferencia «ciudadana» del Che para con la revolución obrera boliviana de 1952 (de ahí que el apoyo del trotskysmo más progre y menos clasista -el posadismo- al Che en Cuba no sorprenda). En el caso de los maoistas, claramente siempre apoyaron una revolución por etapas, la revolución de las cuatro clases (que incluían a la burguesía nacional en todas sus fracciones, por más que se intente pintar como «permanentista» a Mao y su discurso sobre la «revolución continua» en 1968), propuesta opuesta por el vértice al clasismo que Zarricueta sostiene en este artículo.
    Y los quiebres por izquierda de los PCs solo cayeron en guevarismo o maoismo, con muy pocos llendo hacia organizaciones de vertiente más clasista. El ascenso revolucionario de 1968-1975 fue predominantemente obrero y clasista, mientras la izquierda revolucionaria iba a contratendencia y contuvo (y hasta traicionó) a los explotados: esto se explica en parte por su base social (universitaria en muchos casos) y su programa (revolución burguesa radical, ni hablar de revolución obrera). De ahí que a lo más podamos hablar de la izquierda revolucionaria más decente como «expresión deformada de la movilización clasista de los trabajadores».

    Si por «izquierda revolucionaria» ponemos bajo un mismo rasero por un lado a Mao, el Che y Fidel, y por otro a Marx, Lenin y Trotsky, entonces toda construcción organizativa que resulte de esto (por más éxitos que se puedan tener en el corto o mediano plazo) no funcionará como palanca para la revolución obrera venidera, sobre todo porque al rehusarse a distinguir entre el ascenso de las fracciones progresistas, radicales y revolucionarias de la burguesía (la «pequeñaburguesía») y la tendencia clasista combativa del movimiento obrero en el periodo 1956-1985, operará con programas y/o bases sociales que la obligarán a actuar contra las posibilidades reales que los obreros tengan de hacerse con el poder en el futuro. Y esta lección ya la expresaron Marx y Engels, en otra situación histórica pero destacando el mismo contenido de clase, en la Circular de marzo de 1850, Circular que no solo es base de la teoría de la revolución permanente de Trotsky formulada en 1906 (Balance y perspectivas), sino que también Lenin se sabía de memoria (como relata Riazanov).

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