En el Encuentro de Chiapas: La lucha de las mujeres palestinas…..

por María Landi (*), Blog Palestina en el Corazón.

Del 8 al 10 de marzo tuve el privilegio de participar en el Primer Encuentro Internacional Político, Artístico, Deportivo y Cultural de Mujeres que Luchan, convocado por las zapatistas en el Caracol «Torbellino de nuestras palabras» (Morelia, Chiapas).

Del 8 al 10 de marzo tuve el privilegio de participar en el Primer Encuentro Internacional Político, Artístico, Deportivo y Cultural de Mujeres que Luchan, convocado por las zapatistas en el Caracol «Torbellino de nuestras palabras» (Morelia, Chiapas). Durante esos tres días, más de 5000 mujeres de los cinco continentes nos encontramos para celebrar nuestra diversidad, compartir nuestras luchas y resistencias y también nuestros dolores y heridas, buscando sanarlos comunitariamente, en diálogo entre nosotras y con las mujeres zapatistas que nos acogieron. Muchas palabras e imágenes se han compartido a lo largo del mes sobre este encuentro inolvidable, y no es éste el espacio para extenderme al respecto. Quiero sí compartir lo que fue mi participación del día 9.

Entre las muchísimas actividades programadas, me tocó compartir la mesa con compañeras mexicanas e hispanas de EE.UU. que luchan por los derechos de las migrantes a ambos lados de la terrible y temible frontera entre ambos países, y también en la frontera Sur de Chiapas, por donde pasan migrantes de Centroamérica para atravesar el territorio mexicano rumbo al Norte.

Mi intervención se titulaba: «Por un feminismo decolonial transnacional: lecciones desde Palestina»[1]. Comencé trayendo a la memoria que justamente en mayo se cumplirán 70 años del comienzo de la limpieza étnica del pueblo y la tierra de Palestina por parte de las milicias sionistas, que expulsaron a la mitad de la población árabe (750.000 personas) y destruyeron más de 500 aldeas y pueblos para construir sobre sus ruinas el Estado de Israel.

Recordé que se trata de la ocupación colonial más antigua y más larga de la época moderna; y que son ya tres o cuatro generaciones de palestinas/os que viven sin haber conocido un solo día de libertad ni de normalidad:

– dentro del Estado de Israel, como ciudadanas de segunda o tercera clase, discriminadas por más de 60 leyes y un sinfín de políticas y prácticas, por el simple hecho de no ser judías;

– en el exilio, en los campos de refugiados, hacinadas y sin derechos, constituyendo la población refugiada más antigua y numerosa del mundo (cinco o seis millones de personas);

– en los territorios ocupados, bajo un régimen de ocupación, colonización y apartheid que reprime y extermina. A las mujeres les matan a sus hijos, parejas, hermanos o padres; las meten en la cárcel; les roban su tierra, les destruyen sus cultivos, cosechas y propiedades; les demuelen sus casas; les prohíben convivir con quien aman si tiene distinto documento de identidad; en Gaza, las bombardean y someten a un bloqueo brutal que ha provocado una gigantesca catástrofe humanitaria: sin energía eléctrica, agua potable, medicamentos ni combustible.

Sostuve que la israelí, al igual que toda opresión colonial, es racializada y sexualizada[2]; y por ende afecta a las mujeres de manera diferenciada en todos los ámbitos cotidianos. En el plan sionista de limpiar la tierra de Palestina de su población árabe nativa, las mujeres son una amenaza demográfica, porque dan la vida, la cuidan y la sostienen. De ahí que las prácticas de Israel puedan calificarse de «necropolítica» (concepto del camerunés Achille Mbembe), pues apuntan y atentan contra todas las formas de reproducción de la vida palestina. Entendemos reproducción de la vida en una concepción amplia que incluye no sólo la reproducción biológica y de la fuerza de trabajo, sino también de las relaciones sociales y culturales de todo tipo. Y puse algunos ejemplos de necropolítica verbal sionista:

– «Hay que matar a las madres palestinas para que no engendren pequeñas serpientes» (Ayelet Shaked, Ministra de Justicia de Israel).

– «En el caso de las jóvenes [como Ahed Tamimi] deberíamos darles su merecido en la oscuridad, sin testigos ni cámaras» (Ben Caspit, popular periodista).

– «La única manera de detener los ataques de los terroristas de Hamas es violando a sus madres y esposas» (Mordechai Kedar, académico y ex militar).

Pero en esa cotidianeidad de violencia estructural y terrorismo de Estado, las mujeres palestinas ejercen innumerables formas de resistencia, desde las más visibles hasta las más sutiles, desde la resistencia activa hasta las innumerables formas de resistencia cotidiana

«de baja intensidad». Ante un auditorio donde muchas zapatistas seguramente encontraban similitudes con su propia experiencia (la que nos habían presentado a través de dramatizaciones el día anterior), relaté cómo las palestinas han estado siempre involucradas en la lucha de liberación nacional: desde las primeras décadas del siglo XX resistiendo la invasión sionista; en las revueltas de 1929 y 1936 contra la complicidad británica con el proyecto colonial sionista; sufriendo la Nakba de 1948 y la Naksa de 1967; participando incluso en la lucha armada en los 1970, y masivamente, de maneras diversas y creativas, en la intifada de 1987; y actualmente en el Comité Nacional Palestino de BDS. Destaqué asimismo la lucha paralela que han llevado adelante contra la violencia de género, por la igualdad de derechos y la reforma de la legislación que las discrimina, en particular desde el establecimiento de la Autoridad Palestina en los 1990.

Compartí, desde mi propio testimonio, cómo ellas me enseñaron que «existir es resistir» en cada una de las actividades de su vida cotidiana, desde mandar a sus hijas e hijos a la escuela a través de innumerables checkpoints militares, o plantar y cosechar olivos en su tierra robada, o visitar a sus presos en las cárceles de la ocupación, hasta sostener el tejido familiar y comunitario roto por la represión israelí, preservando la identidad cultural y transmitiendo la memoria a las nuevas generaciones -sobre todo en los campos de refugiados/as y el exilio.

En la segunda parte expliqué que entiendo el feminismo (en sus múltiples expresiones y corrientes) como teoría política y movimiento social que no solamente aboga por los derechos de las mujeres -o no lo hace de manera aislada del resto de la sociedad-, sino que busca la justicia social, de género, racial y ambiental, la libertad y la igualdad, el fin de toda forma de opresión, discriminación y dominación; que lucha contra cualquier expresión de racismo, colonialismo, fundamentalismo, supremacismo (étnico, religioso, nacional), así como contra los abusos, privilegios y asimetrías de poder; que se opone al militarismo y a la guerra, y también -al menos para muchas- al capitalismo depredador y enemigo de la vida en todas sus formas, especialmente en su expresión más brutal que es el neoliberalismo. Y por todo ello, afirmé la incompatibilidad entre feminismo y sionismo (por ser éste una ideología racista y un proyecto colonial y militarista).

En otras palabras, hablé de interseccionalidad como un concepto clave para comprender la interrelación y superposición entre las distintas opresiones (de género, de clase, étnica, religiosa), y por lo tanto la necesidad de articular las diversas luchas, y a la vez de ser coherentes: no podemos decirnos feministas, antimilitaristas o anticolonialistas, y al mismo tiempo ser indiferentes a lo que hace Israel en Palestina.

Finalmente, me enfoqué en la necesidad de conectar las luchas en el campo feminista y popular, porque el poder capitalista y militarista global ya lo hace muy bien y desde hace mucho tiempo. Israel es una potencia de muerte no sólo en Palestina: es la principal referencia para las fuerzas militares y policiales de todo el mundo. En la guerra global contra el «terrorismo», Israel es el rey de la seguridad, y está «globalizando a Palestina» (como dice Jeff Harper): exporta y vende a nuestros países la tecnología bélica que despliega en los territorios palestinos, con el sello «probado en terreno» (es decir, en los cuerpos palestinos). Israel es también líder en la securitización y la guerra cibernética para la vigilancia y el control de poblaciones. En esta fase capitalista de acumulación por despojo, hay territorios y pueblos sobrantes, que migran buscando sobrevivir; y ahí entra la experticia israelí para blindar las fronteras.

Hablé del papel que ha jugado y juega Israel en ayudar a los gobiernos del mundo a vigilar y reprimir a los grupos oprimidos que luchan por sus derechos, y de cómo ha entrenado y armado a los regímenes más autoritarios y criminales de la historia. No por casualidad, enseguida del levantamiento zapatista de 1994, expertos israelíes en contrainsurgencia fueron enviados a Chiapas, al igual que el desaparecido grupo de élite GAFE, entrenado en Israel y EE.UU. Más recientemente, fuerzas policiales de Chiapas han recibido entrenamiento en Israel, y desde 2005 este país le vende a EE.UU. tecnología de vigilancia para el muro en la frontera con México. Por eso activistas de ambos países han lanzado la campaña «Por un Mundo sin Muros, de México a Palestina», exigiéndole además a CEMEX que termine su complicidad lucrativa con el Muro israelí.

Por último, invité a escuchar el llamado de las mujeres y la sociedad civil palestina a los pueblos del mundo para que nos sumemos al movimiento global de boicot, desinversión y sanciones a Israel (BDS). Expliqué que el BDS llama a cortar todo tipo de vínculos con el Estado de Israel, poniendo la iniciativa en nuestras manos para que, desde los diferentes espacios de participación (universitarios, sindicales, deportivos, culturales, empresariales, institucionales, partidarios, etc.), contribuyamos a aislar al régimen de apartheid israelí, al igual que se hizo con el de Sudáfrica.

Poco después de terminada nuestra mesa, un encuentro fortuito fue la mejor ilustración de lo que había intentado comunicar. Mientras me dirigía hacia uno de los comedores, una joven con hiyab se me acercó y en inglés me agradeció por mi camiseta, diciéndome con emoción: «Yo soy palestina». Le pregunté en árabe de dónde, y me respondió: «De Nablus». Cuando le dije -también en árabe- que me encanta Nablus, sus lágrimas empezaron a correr, y me explicó que nunca pudo visitarla: su padre y su madre fueron expulsados de su ciudad en 1967, se fueron a Emiratos Árabes Unidos, donde nació Tala, y ahora viven en Ohio. Ella intentó entrar a Palestina hace unos años, pero ?como es habitual- se lo impidieron. Nos abrazamos emocionadas, y me dijo que había venido con un grupo integrado por mujeres del American Indian Movement y de Black Lives Matter. Me contó que el año pasado había estado varias semanas en el campamento de resistencia Standing Rock del pueblo Lakota, y me llevó adonde estaban sus compañeras para presentármelas.

Mientras nos tomábamos una foto sonrientes, pensé que esta joven palestina y musulmana, que sin entender nuestra lengua había venido -junto a sus hermanas del movimiento negro e indígena- a encontrarse con las zapatistas, ya está haciendo las conexiones correctas que nos hacen falta a nosotras. Las redes del poder global capitalista, patriarcal y militar -de las que yo había hablado un rato antes- deben ser combatidas por una política feminista de solidaridad interseccional; una tarea en gran medida pendiente en el feminismo latinoamericano, pero más urgente que nunca.

Y pensé, también, que ese encuentro casual -entre las más de 5000 mujeres que estábamos allí- era uno de los tantos milagros que esos días las zapatistas fueron capaces de hacer posibles en su territorio rebelde, amoroso y solidario.

Notas:

[1] Lo que hice fue una versión reducida y simplificada (teníamos sólo 20 minutos cada una) de la presentación que compartí con Carolina Bracco en el 14º Encuentro Feminista de América Latina y el Caribe (EFLAC), en noviembre de 2017 (Montevideo), y también de la que presenté este mes en San Cristóbal de las Casas en el espacio cultural La Reci.

[2] Esa racialización afecta también a las mujeres judías, estableciendo una jerarquía entre ellas; por eso las etíopes fueron esterilizadas sin su consentimiento (pues aun siendo judías, son negras), y a muchas yemeníes se les quitó a sus bebés (informándoles que habían nacido muertos) para darlos en adopción a parejas azkenazíes, que en la sociedad israelí es el grupo superior (blanco y europeo). Ambos crímenes están saliendo a la luz apenas en los últimos años.

Fotos: María Landi

(*) María Landi: María Landi es una activista de derechos humanos latinoamericana, comprometida con la causa palestina. Desde 2011 ha sido voluntaria en distintos programas de observación y acompañamiento internacional en Cisjordania: EAPPI (en Yanún/Nablus), CPT (Al-Jalil/Hebrón), IWPS (Deir Istiya/Salfit) y Kairos Palestine (Belén). Es columnista del portal Desinformémonos, corresponsal del semanario Brecha, y escribe en varios medios independientes y alternativos.

Fuente: http://www.federacionpalestina.cl/opinion.php?id=49

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