Siria: La revolución imposible y los imperialismos. Dossier.

Más de 500.000 muertos en siete años de guerra en Siria. De éste balance 353.935 personas han sido identificadas, de las cuales 106.390 son civiles: 19.811 menores y 12.513 mujeres. El bando de las tropas regulares sirias y las milicias aliadas han registrado según el Observatorio sirio el mayor número de bajas con un 34.5% del total identificado. De estos, 63.820 eran militares, 48.814 milicianos sirios, 1.630 miembros del partido-milicia libanés Hezbolá y otros 7.686 extranjeros chiíes. Los grupos yihadistas vinculados a Al Qaeda y Estado Islámico sufrieron el 18% de las muertes identificadas, mientras que un 17.5% de las víctimas fueron de las filas de los diversos grupos insurrectos que luchan en el país, entre los que se incluyen a las milicias kurdosirias. (Fuente El País /Marzo de 2018, nota del Editor CT.).

Escriben Santiago Alba Rico, Leila Al Shami, Jeremy Corbyn y Robert Fisk.

Yassin Al-Haj Saleh y La Revolución Imposible.

por Santiago Alba Rico.

En un libro de reciente publicación, El fin del intelectual francés, el historiador israelí disidente Shlomo Sand repasa desde su nacimiento la tradición muy francesa del “intelectual comprometido”. Tras relativizar el compromiso histórico general de los intelectuales públicos y señalar también las sombras de los que, de Zola a Sartre, Europa ha reconocido como figuras engagés, Sand explica con notable brillantez las razones de su extinción: “La aflictiva desaparición del proletariado, los efectos devastadores del maoismo derrotado en China, las consecuencias decepcionantes y a veces horribles de la descolonización y, en una etapa posterior, el hundimiento final de los regímenes comunistas de la Europa del Este y de Rusia engendraron un clima de ideas que preparó el terreno para la llegada de intelectuales portadores de ideologías que se cuidaban bien de formular proyectos sobre el futuro. Quienes están ahora en el candelero son los hombres de letras que temen y repudian toda evocación de un nuevo horizonte, más allá del momento presente”. Si a esto añadimos el vínculo orgánico entre el discurso y la academia y el desplazamiento de la “autoridad” pública, incluida la académica, a la actualidad sin tiempo del mercado (y, por lo tanto, del periodismo comercial) no es extraño que el viejo intelectual comprometido, a veces inmodesto pero abierto al mundo, haya dejado su lugar a dos figuras irreconciliables e igualmente estériles: el activista aislado en su militancia especializada y la estrella o “celebridad”, enfermizamente visible, no importa en qué esfera: el fútbol, la música o la televisión. Obviamente Henri-Levy o Houellebech, que no son activistas, se parecen mucho más a Cristiano Ronaldo o a Belén Esteban que a Sartre, Foucault o Camus.

El último intelectual que pretendió aportar vigencia universal a las luchas multiconcretas no fue francés y sólo fue a medias occidental. Me refiero al palestino y estadounidense Edward Said que, decepcionado de la ceguera parcial de Sartre, se tomó sin embargo muy en serio su imperativo de “dar voz a los que no tienen voz” en un ámbito público dominado ya por las diferentes hasbaras y por el beneficio comercial inmediato. Desde su muerte en 2003 ese espacio público, cada vez más ceñido a la “autoridad” del mercado, se ha vuelto crecientemente restringido para las voces subalternas o no-funcionales en general. Al mismo tiempo una cierta ilusión de transparencia, asociada a la tecnología, ha hecho concebir a los disfuncionales la esperanza de un cambio sin sujeto a través de la difusión de mensajes auto-enunciados, evidentes por sí mismos y no necesitados de esos mensajeros “intelectuales” privilegiados que, por otra parte, han sucumbido, al menos en Europa, a la tentación televisiva. El caso de las “revoluciones árabes” es trágicamente ejemplar: en ausencia de organizaciones políticas democráticas y de líderes intelectuales investidos de autoridad pública, se confió en que las imágenes mismas difundidas en las redes servirían para derrocar regímenes injustos y, aún más, para construir regímenes nuevos. Si algo han demostrado las “revoluciones árabes”, finalmente derrotadas, es (primero) que los viejos partidos y los viejos discursos, aunque sigan gobernando, están muertos; pero también (segundo) que la transparencia no existe, y aún menos la tecnológica, y que la única manera de enterrar esos partidos y esos discursos muertos es sustituyéndolos por organizaciones y discursos vivos.

El caso de Siria es ejemplar porque es también paradójico. Es ejemplar porque demuestra hasta qué punto, más allá del periodismo ciudadano y las denuncias transparentes de consumo y olvido inmediato, un proceso transformador, y más si queda abortado por la violencia extrema, necesita siempre “voces que den voz a los que no tienen voz” (en muchos casos porque la han perdido junto con el cuerpo mismo). Necesitamos activistas del pensamiento, intelectuales comprometidos que no sólo fotografíen los crímenes sino que traten de explicarlos; que no se limiten a documentar el horror, cosa sin duda imprescindible, sino que exploren las relaciones entre los cuerpos vivos y entre los cuerpos vivos y los cuerpos muertos, es decir, que exploren los marcos sociales, económicos, antropológicos, históricos en los que ese horror se ha gestado poco a poco y se transforma día a día, transformando a su vez a sus protagonistas activos o pasivos; necesitamos mediadores mentales, en definitiva, que no sólo organicen sobre el terreno comunidades de supervivencia y resistencia sino que anticipen, a partir de ese horror, sin optimismo mercantil ni desesperación derrotista, soluciones éticas y realistas.

Pero el caso de Siria, si ejemplar, es también paradójico: porque lo cierto es que Siria sí tiene a su Zola, a su Camus, a su Sartre, a su Edward Said y no es francés sino sirio. Se llama Yassin Al-Haj Saleh y es autor de este libro preciso y terrible, La revolución imposible, que explica, entre otras cosas, por qué su voz, junto con la de sus compatriotas, es inaudible en Europa: precisamente porque es sirio. Hay que acudir al último capítulo para entender que no se trata de una cuestión personal. Se trata de que los sirios no son importantes, ni a derecha ni a izquierda, para ninguno de los que, de palabra o de obra, se ocupan de Siria. Hay que decirlo claramente: también para librarse de un objeto de conocimiento hace falta un discurso; también para ignorar, olvidar, rodear o explotar una tragedia ajena hace falta nombrarla. No sin razón -y un punto de irritación contenida- denuncia Yassin Al-Haj Saleh esta forma de nombrar Siria y a los sirios como una prolongación colonial perfectamente coherente, por lo demás, con las prácticas del régimen asadista: “Se nos niega la potestad del conocimiento; es decir, nuestra capacidad para proporcionar datos y análisis más informados sobre lo que sucede en nuestro país. O bien lo que decimos sobre nuestra causa carece de valor, o bien se nos limita a los ámbitos más bajos del conocimiento, como fuente de citas que el periodista o el investigador occidental añadirán al conocimiento que ellos mismos producirán. Sin embargo, pocas veces se apoyan en nuestros análisis, difundidos sin restricciones en Occidente”. Este silenciamiento interesado de los protagonistas vivos se llama dictadura en el caso del gobierno de Damasco; se llama imperialismo en el caso de las potencias que intervienen en Siria desde hace años para evitar una transformación desde abajo; y se llama elitismo colonial en el caso de las izquierdas occidentales que, desde la ignorancia más supina y la arrogancia más eurocéntrica, declararon improcedente o sospechosa la revolución de 2011, hoy derrotada, y siguen nombrando paladín de la justicia universal -del socialismo, el humanismo y el anti-imperialismo- al responsable primero y principal de la muerte, tortura, violación, desaparición y desplazamiento de millones de sirios.

Recuerdo que en una ocasión preguntaron a Yassin Al-Haj Saleh, militante marxista desde su juventud, si seguía siendo comunista. Su respuesta sería un poco la mía. Respondió que “seguía creyendo en los mismos principios y los mismos valores”, pero que se había dado cuenta de que esos principios y valores no son los que defienden los que se llaman hoy a sí mismos comunistas. El diagnóstico del autor es duro y desgraciadamente atinado: “Mi estimación es que la base de esas posturas patriarcales retrógradas por parte de nuestros amigos antiimperialistas, es doble. En primer lugar, la transformación de la izquierda comunista y sus herederos hacia posturas típicas de la clase media educada, separada del sufrimiento humano, e incapaz de innovar. Esto se relaciona con las transformaciones de la economía en los países capitalistas centrales, la desindustrialización, el retroceso del peso de la clase trabajadora industrial y la aparición de la izquierda del “campus”, que no hace nada y sabe poco, a pesar de su posición en la academia. Ya no hay nada revolucionario ni liberador en su formación y no libran ningún verdadero conflicto. En segundo lugar, están los esquemas ideológicos de la guerra fría; es decir, el conocimiento por reminiscencia, al estilo platónico, y también, la esterilidad intelectual y la escasez de innovación”. Todos estos límites de la izquierda occidental, que dificultan la intervención también en sus propios países y que son aplicables a la muy europea tradición izquierdista árabe, quedaron expuestos a la luz cuando los pueblos de la región, sin preguntar, se alzaron contra sus dictadores. ¿Qué descubrimos entonces? Que, sorprendidos todos un poco a contrapié, los islamistas tenían recursos para reaccionar, los imperialistas tenían recursos para reaccionar y los propios dictadores tenían recursos para reaccionar. La izquierda no. Y, porque no los tenía, desde su posición un poco marginal, en lugar de solidarizarse con los que se jugaban y perdían la vida luchando contra los dictadores, los islamistas y los imperialistas, cedió el terreno a los islamistas, los imperialistas y los dictadores, identificándose además con la ultraderecha europea y su barbarie elitista e islamófoba. Las “revoluciones árabes” han dejado a la izquierda tradicional en la cuneta de la historia; aún más, han vuelto “tradicional” a la izquierda en América Latina, que se quería innovadora y democrática. Siria, sí, ha sido y es la tumba de miles de sirios ignorados; pero ha sido y es también la tumba de la izquierda. En el capítulo 12, sin falsas esperanzas ni falsas desesperaciones, Yassin Al-Haj Saleh, al tiempo que describe la única “solución realista” para Siria, enuncia también los valores y principios -comunistas o no- para un impostergable rearme discursivo y organizativo de la izquierda.

Digo todo esto para señalar a un tiempo los obstáculos y las virtudes de este libro: las virtudes que, por eso mismo, constituyen un obstáculo. Este libro explica lo que ha ocurrido y está ocurriendo en Siria, cosa que casi nadie quiere saber; este libro analiza la historia reciente de Siria, las entrañas de la dinastía asadiana, las causas de la revolución de 2011 y las de su derrota a partir de 2013, cosa que a casi nadie le importa. Ahora bien, si aceptamos el supuesto contrario (el de que todo el mundo quiere saber lo que ocurre en Siria y colaborar en una paz justa y democrática para los sirios), este libro es sencillamente irrenunciable. El lector español tiene ya acceso a una breve pero sólida bibliografía sobre la Siria convulsa, tanto narrativa como ensayística y documental: Cuando la revolución termine, de Leila Nachawati,  El caparazón, de Mustafa Khalifa, el terrible Diario del asedio a Duma, de la desaparecida compañera de Yassin, Samira Khalil; o el completísimo relato activista de Leila Al Shami y Yassin Kassab País en llamas; o también -de especialistas españoles- el más académico Siria: revolución, sectarismo y yihad de Álvarez Osorio o el más periodístico Siria, el país de las almas rotas de Javier Espinosa y Mónica G. Prieto. Pero La revolución imposible está investido, a mis ojos, de una “autoridad” adicional. No me refiero -y casi me disgusta mencionarlo- al sufrimiento de su autor: sus 16 años de prisión, la vida en la clandestinidad, la pérdida de amigos, compañeros y familiares, incluida su mujer (que era las tres cosas) o su exilio ahora en Estambul. Todo estos padecimientos son sólo la consecuencia de un compromiso político que, en el caso de Al-Haj Saleh, ha adoptado también, o sobre todo, la forma de un -digamos- compromiso de distancia: acercar el cuerpo, alejar la mente. Quiero decir que, si Al-Haj Saleh es el Camus, el Sartre y el Edward Said de Siria no es porque sea sirio o haya estado en la cárcel, pues no era ése el caso ni de Camus ni de Sartre ni de Said, sino porque, como ellos, entiende que, sin mediación intelectual, sin palabras públicas ordenadas en un discurso honesto y preciso, sin conocimiento abierto y conflictivo de la historia, no hay ninguna posibilidad de intervenir en ella de manera liberadora. Ese es el trabajo de Al-Haj Saleh: comprender. Lo hizo en el calor de la revolución primera y en el fragor de la explosión sucesiva; y lo hace ahora desde Estambul, donde colabora con la publicación en árabe Al-yumhuriya (de la que es responsable, por cierto, otro imprescindible Yassin, Yassin Swehat, mitad sirio y mitad gallego, que lleva años tratando de contarnos en español lo que su tocayo cuenta en árabe y sin cuya intervención este libro, magníficamente traducido por Naomí Ramírez, no habría sido posible).

En la foto: Yassin al Haj Saleh estuvo encarcelado 16 años por ser miembro del Partido Comunista y es una de las principales figuras de la izquierda en el mundo árabe. (Editor CT).

Si acercarse con el cuerpo y alejarse dos pasos con la mente (para orientar en público a los que están demasiado cerca o demasiado lejos) es lo que define a un “intelectual”, nunca han sido los “intelectuales” más necesarios. Desde 2011 algunos tuvimos la suerte de seguir los avatares sirios a través de los trabajos de Yassin Al-Haj Saleh (y de otros sirios o casi-sirios a los que traducía precisamente Naomí Ramírez: Salame Keile, Elias Khouri, Subhi Hadidi). Pues bien, La revolución imposible recorre de nuevo todo ese largo y sangriento septenio en el que el eslogan “Asad o nadie” -cuyo nihilismo analiza Al-Haj Saleh en el capítulo 4- se va haciendo realidad de la manera más trágica: Asad y nadie. Lo había explicado muy bien el propio autor en un artículo de mayo o junio de 2011 a través de una metáfora sintética y brutal: la de esa “sociedad-bomba” construida durante cuarenta años por la dinastía asadiana a fin de que cualquier tentativa de liberación, por pequeña o parcial que fuera, desencadenase un gran estallido nacional, regional e internacional: “Asad o quemamos el país” era, más que una consigna, un efecto mecánico del propio entramado dictatorial. Lo que Al-Haj Saleh describe en detalle es ese “efecto mecánico”, su saturación del espacio y su despliegue en el tiempo, antes y después de la revolución, frente a la voluntad subterránea de los sirios que, privados de esfera política, han tratado de sobrevivir y combatir la dictadura.

Hay que aclarar que Yassin Al Haj Saleh no escribe crónicas o testimonios personales. No es un periodista ni un “analista”. Es un intelectual; un intelectual con el cuerpo dentro. Le interesan precisamente los vínculos teóricos entre los mecanismos de poder y los cuerpos concretos que los transmiten o los sufren. En La revolución imposible el autor nos cuenta cómo la revolución de 2011 ha quedado sepultada bajo tres capas sucesivas que son cronológicas pero también acumulativas y performativas: la guerra civil desde octubre de 2011, la sectarización a partir de 2012 (con el enfrentamiento suní-chií alimentado por el régimen y enseguida por Irán y por el yihadismo) y la internacionalización posterior con la intervención concertada entre EEUU y Rusia contra Daech (ver el capítulo 11). Para entender este proceso Al Haj Saleh tiene que atender a lo más menudo y a lo más general: detallarnos la composición interna del régimen, la connivencia orgánica entre familias mafiosas, ejército y “secta”, la oposición rural/urbano y su relación con las clases y las corrientes religiosas, las tensiones geopolíticas y sus repercusiones locales; pero tiene también que penetrar en profundidad las cristalizaciones propiamente sirias de “temas”, por así decirlo, “universales”: los símbolos en disputa, la degradación del lenguaje y, sobre todo, el nihilismo de la violencia, esa violencia que por sí misma ha ido seleccionando -darwinismo al revés- a los más duros y fanáticos y concediendo el protagonismo a minorías hasta hace poco aisladas de la mayoría social y cuyos componentes, enfrentados a muerte entre sí, acaban por disolverse, sin diferencias, en las penumbras del régimen. En la guerra civil española, la anarquista y filósofa francesa Simone Weil tuvo esta misma experiencia: la de que, en un conflicto armado cada vez más feroz, sólo hay dos clases sociales, los que tienen armas y los que no tienen armas, y que “un abismo separa a los hombres armados de la población desarmada, un abismo en todo semejante al que separa a los pobres de los ricos”. La tesis de que, a través de la violencia, todo es régimen, es muy dura de aceptar, y no debe ser fácil de enunciar, para un intelectual con el cuerpo dentro que puso tantas esperanzas y se expuso a tantos peligros apoyando la revolución; y que, cuando ésta se armó a través del Ejército Sirio Libre, advirtió de los peligros pero confió en la posibilidad de gestionar la defensa militar desde los sectores civiles organizados. Ahora bien, Yassin Al Haj Saleh -lo hemos dicho- ni se hace ilusiones ni sucumbe a desesperaciones. Sabe que la revolución ha quedado sepultada (que no muerta) bajo esas capas -guerra civil, guerra sectaria, guerra inter-imperialista- que dificultan todo optimismo: “Siria ofrece hoy un ejemplo de Estado horadado como geografía, desmembrado como entidad, desamparado como sociedad y bestializado como régimen: un ideal de no-patria, lo que la hace candidata a infiltraciones de todo tipo”.

¿Hay alguna solución? Al Haj Saleh sabe que, allí donde “la justicia no tiene fuerza y la fuerza no es justa” y donde los tres enemigos que hay que combatir de manera simultánea son radicalmente injustos (la dictadura “fascista”, el yihadismo igualmente “fascista” y el imperialismo multinacional) hay motivos para sentirse descorazonado. Pero sabe también lo importante que es, en medio de la violencia cegadora e “igualitaria”, mantener un programa y un objetivo. Al Haj Saleh lo tiene: “una solución justa para Siria se basa en la conformación de una nueva mayoría política en el país, en la que una amplia mayoría de los sirios reconozcan a sus representantes políticos, que rompa con el gobierno minoritario (oligárquico), y que funde una nueva Siria con un sistema de gobierno inclusivo. Ello exige liberarse del gobierno asadiano, de Daesh, y de los grupos salafistas yihadistas, una igualdad política y cultural para los kurdos, sin dominio nacionalista, y la fundación de una Siria democrática basada en la ciudadanía”. El lector que llegue hasta el final del libro comprenderá cuánta paciencia, conocimiento y realismo fundamentan esta propuesta.

Alguien podrá pensar que este libro habla de Siria y su revolución derrotada, de la dictadura asadiana y de Oriente Próximo, del imperialismo y de la cuestión kurda (muy interesantes y polémicos los capítulos 10, 11 y 13), del yihadismo y de la violencia. No. Este libro habla de todos nosotros. Una de las tesis que ha sostenido Al-Saleh en los últimos años es la de que Siria revela y representa un derrotero universal y que, por tanto, no se puede pensar en Siria, y aún menos en un mundo globalizado, sin pensar en el destino común. Por esa razón, cada vez que elaboramos un discurso para olvidar, negar o evitar Siria nos hacemos daño a nosotros mismos. Es una advertencia clara a los europeos, de derechas y de izquierdas, que no deberíamos desatender. Nos lo dice uno de los pocos intelectuales vivos, junto al camerunés Achille Mbembe, que sigue pensando en términos “universales”. Ninguno de los dos es francés y eso es una buena noticia. Porque, al menos desde Franz Fanon, el mundo lleva muchos años esperando a que, frente a relativismos y multiculturalismos elitistas occidentales, sean los no europeos, tantas veces víctimas suyas, los que se hagan cargo de la “universalidad” que los europeos traicionaron y siguen traicionando. En Siria es más fácil morir que en Francia o España, pero Siria -como demuestra Yassin Al-Haj Saleh- es un sitio mejor para pensar. Y para pensar en el destino de todos.

Túnez, 2 de febrero de 2018, cumpleaños de Samira Khalil.

Prólogo del libro La Revolución Imposible, de Yassin Al-Haj Saleh (Agapea, 2018)

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El antiimperialismo de los idiota.

por Leila Al Shami.   

Una vez más, el movimiento “antiguerra” occidental se ha despertado para movilizarse en torno a Siria. Esta es la tercera vez desde 2011. La primera fue cuando Obama contempló atacar la capacidad militar del régimen sirio (pero no lo hizo) tras los ataques químicos en Guta en 2013, considerados una ‘línea roja’. La segunda vez fue cuando Donald Trump ordenó un ataque que golpeó una base militar vacía en respuesta a los ataques químicos contra Khan Sheikhun en 2017. Y hoy, cuando los Estados Unidos, el Reino Unido y Francia toman medidas militares limitadas (ataques selectivos contra los activos militares del régimen e instalaciones de armas químicas) después de un ataque con armas químicas en Duma que mató al menos a 34 personas, incluidos muchos menores que se refugiaban de los bombardeos en los sótanos.

Lo primero que debemos resaltar de las tres principales movilizaciones de la izquierda “antiguerra” occidental es que tienen poco que ver con que se acabe la guerra. Más de medio millón de sirios han sido asesinados desde 2011. La gran mayoría de las muertes de civiles se han producido mediante el uso de armas convencionales y el 94% de estas víctimas fueron asesinadas por la alianza sirio-rusa-iraní. No hay indignación ni se finge preocupación por esta guerra, que siguió a la brutal represión del régimen contra manifestantes pacíficos y en favor de la democracia. No hay indignación cuando se lanzan bombas de barril, armas químicas y napalm en comunidades democráticamente autoorganizadas o en hospitales y trabajadores de rescate. Los civiles son prescindibles; las capacidades militares de un régimen genocida y fascista no lo son. De hecho, el lema “Manos fuera de Siria” realmente significa “No tocar a Assad” y a menudo se brinda apoyo para la intervención militar de Rusia. Esto fue evidente ayer en una manifestación organizada por Stop the War UK, donde se exhibieron vergonzosamente varias banderas del régimen y rusas.

Esta izquierda muestra tendencias profundamente autoritarias, aquella que coloca a los propios estados en el centro del análisis político. Por lo tanto, la solidaridad se extiende a los estados (vistos como el actor principal en la lucha por la liberación) en lugar de grupos oprimidos o desfavorecidos en cualquier sociedad dada, sin importar la tiranía de ese estado. Ciegos a la guerra social que ocurre dentro de Siria, los sirios (allá donde los hay) son vistos como simples peones en un juego de ajedrez geopolítico. Repiten el mantra ‘Assad es el gobernante legítimo de un país soberano’. Assad, que heredó una dictadura de su padre y nunca ha celebrado, y mucho menos ganado, una elección libre y justa. Assad, cuyo “ejército árabe sirio” solo puede recuperar el territorio que perdió gracias al respaldo de una mezcolanza de mercenarios extranjeros y con el apoyo de bombas extranjeras, y que están luchando, en general, contra rebeldes y civiles nacidos en Siria. ¿Cuántos considerarían legítimo a su propio gobierno electo si comenzara a llevar a cabo campañas de violación en masa contra los disidentes? Tal posición solo es posible por la deshumanización completa de los sirios. Es un racismo que ve a los sirios como incapaces de lograr, y mucho menos de merecer, algo mejor que una de las dictaduras más brutales de nuestro tiempo.

Para esta izquierda autoritaria, el apoyo se extiende al régimen de Assad en nombre del “antiimperialismo”. Assad es visto como parte del “eje de resistencia” tanto contra el imperio estadounidense como contra el sionismo. Poco importa que el propio régimen de Assad haya apoyado la primera guerra del Golfo, o haya participado en el programa de entregas ilegales de Estados Unidos donde los presuntos terroristas fueron torturados en Siria en nombre de la CIA. El hecho de que este régimen probablemente tenga la dudosa distinción de masacrar a más palestinos que el estado israelí es constantemente ignorado, como lo es el hecho de que está más decidido a utilizar sus fuerzas armadas para reprimir la disidencia interna que a liberar el Golán ocupado por Israel.

Para esta izquierda autoritaria, el apoyo se extiende al régimen de Assad en nombre del “antiimperialismo”. Assad es visto como parte del “eje de resistencia” tanto contra el imperio estadounidense como contra el sionismo. Poco importa que el propio régimen de Assad haya apoyado la primera guerra del Golfo, o haya participado en el programa de entregas ilegales de Estados Unidos donde los presuntos terroristas fueron torturados en Siria en nombre de la CIA. El hecho de que este régimen probablemente tenga la dudosa distinción de masacrar a más palestinos que el estado israelí es constantemente ignorado, como lo es el hecho de que está más decidido a utilizar sus fuerzas armadas para reprimir la disidencia interna que a liberar el Golán ocupado por Israel.

Este ‘antiimperialismo’ de idiotas es uno que equipara el imperialismo solamente con las acciones de los Estados Unidos. Parecen ignorar que Estados Unidos bombardeó Siria desde 2014. En su campaña para liberar Raqqa de Daesh, se abandonaron todas las normas internacionales de guerra y consideraciones de proporcionalidad. Más de 1.000 civiles fueron asesinados y la ONU estima que el 80 por ciento de la ciudad es ahora inhabitable. No hubo protestas en contra de esta intervención de parte de las organizaciones que dirigen el movimiento contra la guerra, ni llamadas para asegurar la protección de los civiles o de la infraestructura civil. En lugar de ello, adoptaron el discurso de la “Guerra contra el Terrorismo”, antaño dominio de los neoconservadores y ahora promulgada por el régimen, de que toda oposición a Assad es terrorismo yihadista. Hicieron la vista gorda cuando Assad llenaba su gulag con miles de manifestantes seculares, pacíficos y pro-democracia para matarlos por tortura, mientras liberaba a militantes islamistas de la cárcel. Del mismo modo, se han ignorado las continuas protestas en áreas opositoras liberadas contra grupos extremistas y autoritarios como Daesh, Nusra y Ahrar Al Sham. No se considera que los sirios posean la sofisticación necesaria para tener una amplia gama de opiniones. Los activistas de la sociedad civil (incluidas muchas mujeres sorprendentes), los periodistas ciudadanos y los trabajadores humanitarios son irrelevantes. Toda la oposición se reduce a sus elementos más autoritarios o se la ve como una mera correo de transmisión de intereses extranjeros.

Esta izquierda pro fascista parece cegada a cualquier forma de imperialismo que no sea de origen occidental. Combina la política identitaria con el egoísmo. Todo lo que sucede se ve a través del prisma de lo que significa para los occidentales: solo los hombres blancos tienen el poder de hacer historia. Según el Pentágono, actual­mente hay alrededor de 2.000 tropas estadounidenses en Siria. Por primera vez en la historia de Siria, Estados Unidos ha establecido una serie de bases militares en el norte controlado por los kurdos. Esto debería preocupar a cualquiera que apoye la autodeterminación siria, aunque palidece en comparación con las decenas de miles de tropas iraníes y milicias chiíes respaldadas por Irán que ahora ocupan gran parte del país, o los criminales bombardeos llevados a cabo por la fuerza aérea rusa en apoyo de la dictadura fascista. Ahora, Rusia ha establecido bases militares permanentes en el país y se le han otorgado derechos exclusivos sobre el petróleo y el gas de Siria como recompensa por su apoyo. Noam Chomsky una vez sostuvo que la intervención de Rusia no podía ser considerada imperialismo porque fue invitada a bombardear el país por el régimen sirio. Según ese análisis, la intervención de los EE.UU. en Vietnam tampoco fue imperialista, invitada como lo fue por el gobierno survietnamita.

Varias organizaciones pacifistas han justificado su silencio sobre las intervenciones rusas e iraníes argumentando que “el enemigo principal está en casa”. Esto los excusa de emprender cualquier análisis de poder serio para determinar quiénes son realmente los principales actores que impulsan la guerra. Para los sirios, el principal enemigo está realmente en casa: es Assad el que comete lo que la ONU ha llamado el ‘crimen de exterminio’. Sin ser conscientes de sus propias contradicciones, muchas de las mismas voces se han proclamado opuestas (y con razón) al ataque actual de Israel contra manifestantes pacíficos en Gaza. Por supuesto, una de las principales formas en que funciona el imperialismo es negar las voces autóctonas. Y así, las principales organizaciones occidentales contra la guerra celebran conferencias en Siria sin invitar a ningún ponente sirio.

La otra tendencia política más importante de haber apoyado al régimen de Assad y organizarse contra los ataques de EE.UU., El Reino Unido y Francia contra Siria es la extrema derecha. Hoy, el discurso de los fascistas y estos “izquierdistas antiimperialistas” es prácticamente indistinguible. En los EE.UU., el supremacista blanco Richard Spencer, el productor de podcasts de la derecha alternativa (alt-right) Mike Enoch, y la activista antiinmigración, Ann Coulter, se oponen a los ataques norteamericanos. En el Reino Unido, el ex líder de BNP, Nick Griffin, y la islamófoba Katie Hopkins se unen al clamor. El lugar donde convergen con frecuencia el alt-right y el alt-left (izquierda alternativa) es en torno a la promoción de varias teorías de conspiración para absolver al régimen de sus crímenes. Afirman que las matanzas químicas son banderas falsas o que los trabajadores de protección civil son Al Qaeda y, por lo tanto, objetivos legítimos de ataques. Aquellos que difunden tales informes no están en el terreno en Siria y no pueden verificar independientemente lo que reclaman. A menudo dependen de los medios estatales de propaganda rusos o de Assad porque “no confían en los media” o en los sirios directamente afectados. A veces, la convergencia de estas dos corrientes aparentemente opuestas del espectro político se convierte en una colaboración abierta. Es el caso de la coalición ANSWER, que está organizando muchas de las manifestaciones en EE.UU. contra un ataque a Assad. Con frecuencia, ambas líneas promueven narrativas islamofóbicas y antisemitas. Ambos comparten el mismo argumentario y los mismos memes.

Existen muchas razones válidas para oponerse a la intervención militar externa en Siria, ya sea por parte de EE.UU., Rusia, Irán o Turquía. Ninguno de estos estados está actuando en interés del pueblo sirio, la democracia o los derechos humanos. Actúan únicamente por sus propios intereses. Hoy, la intervención de los Estados Unidos, el Reino Unido y Francia no pretende tanto el proteger a los sirios de las atrocidades masivas sino el hacer cumplir una norma internacional de que el uso de armas químicas es inaceptable, por temor a que algún día se utilicen contra los propios occidentales. Más bombas extranjeras no traerán paz ni estabilidad. Hay poca intención de expulsar a Assad del poder, lo que contribuiría a terminar con la peor de las atrocidades. Sin embargo, al oponerse a la intervención extranjera, uno tiene que encontrar una alternativa para proteger a los sirios de la matanza. Es moralmente objetable, como mínimo, esperar que los sirios callen y mueran para proteger el principio superior del “antiimperialismo”. Los sirios han propuesto muchas veces alternativas a la intervención militar extranjera, que han sido ignoradas. Y entonces queda la pregunta, cuando las opciones diplomáticas han fallado, cuando un régimen genocida está protegido de la censura por poderosos apoyos internacionales, cuando no se logra detener los bombardeos diarios, poner fin a los asedios por inanición o liberar a los prisioneros torturados a escala industrial, Qué se puede hacer.

No me quedan respuestas. Siempre me he opuesto a toda intervención militar extranjera en Siria, apoyé el proceso liderado por Siria para librar a su país de un tirano y respaldé procedimientos internacionales basados ​​en esfuerzos para proteger a los civiles y los derechos humanos y garantizar la rendición de cuentas de todos los actores responsables de crímenes de guerra. Un acuerdo negociado es la única manera de terminar esta guerra y aún parece tan distante como siempre. Assad (y sus

protectores) están decididos a frustrar cualquier proceso, buscar una victoria militar total y aplastar cualquier alternativa democrática que sobreviva. Cientos de sirios están siendo asesinados todas las semanas de la manera más bárbara imaginable. Los grupos extremistas y las ideologías están prosperando en el caos creado por el Estado. Los civiles continúan huyendo a miles a medida que se implementan mecanismos legales, como la Ley nº 10, para garantizar que nunca regresarán a sus hogares. El sistema internacional en sí mismo está colapsando bajo el peso de su propia impotencia. Las palabras ‘Nunca más’ suenan huecas. No hay un movimiento popular importante que se solidarice con las víctimas. Al contrario, son calumniados, su sufrimiento es negado u objeto de burla, y sus voces, ausentes de los debates o puestas en duda por personas lejanas, que no saben nada de Siria, la revolución o la guerra, y que arrogantemente creen que saben lo que es mejor. Es esta situación desesperada la que hace que muchos sirios den la bienvenida a la acción de EE.UU., Reino Unido y Francia y que ahora vean la intervención extranjera como su única esperanza, a pesar de los riesgos que saben que conlleva.

Una cosa es segura: no voy a perder el sueño por los ataques dirigidos contra las bases militares del régimen y las plantas de armas químicas que pueden proporcionar a los sirios un breve respiro de la matanza diaria. Y nunca seré una aliada de aquellos que ponen los discursos rimbombantes por encima de las realidades vividas, que apoyen regímenes brutales en países lejanos, o que promocionen el racismo, las teorías de la conspiración y la negación de las atrocidades.

Traducción de antimilitaristes-moc Valencia, un movimiento de objeción de conciencia, que trabaja de forma asamblearia en la ciudad de Valencia.

https://leilashami.wordpress.com/author/leilashami/

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El único camino para terminar con la agonía siria es la diplomacia y no los bombardeos.

por Jeremy Corbyn.

El pueblo británico no quiere más intervenciones legalmente cuestionables y militarmente temerarias de su gobierno.

Estos son tiempos serios. Después de los ataques con misiles sobre Siria, ahora es el momento de un poderoso impulso en favor de la paz. La frívola aceptación de Boris Johnson del domingo de que ahora el conflicto seguirá su curso normal y las negociaciones de paz serían un “extra” es una inadmisible abdicación de responsabilidad y moralidad.

Este devastador conflicto ha costado ya más de 500.000 vidas, ha forzado a 5 millones de refugiados a huir de Siria, y ha desplazado a 6 millones de sirios dentro de su propio país. Nosotros debemos poner las negociaciones para un acuerdo político en el centro del escenario y que no se deslice hacia un nuevo ciclo de acción y reacción militar.

La prolongada intervención militar exterior en Siria – desde la financiación y el suministro de armas hasta los bombardeos y los soldados en terreno enemigo – no ha ayudado en lo más mínimo. Siria ha llegado a ser el teatro para la acción militar de poderes regionales e internacionales – los Estados Unidos, Gran Bretaña, Rusia, Francia, Turquía, Irán, Arabia Saudí, Israel, Qatar y los Emiratos Árabes Unidos entre ellos.

El ataque del sábado en el mismo lugar vinculado a la capacidad de armas químicas de Siria fue tan equivocado como mal interpretado. O fue puramente simbólico – una demolición de lo que parecen ser edificios vacíos, lo que ya se demostró enteramente ineficaz como freno – o fue el precursor de una acción militar más amplia. Esto aumentaría el riesgo de una escalada insensata de la guerra y el número de muertos, y el peligro de una confrontación directa entre los EEUU y Rusia. Ninguna de estas posibilidades implica el fin de la guerra y el sufrimiento, o alguna idea de salvar vidas. La intensificación de la acción militar simplemente conducirá a más muertes y a más refugiados.

No es cuestión de hacer la vista gorda sobre el uso de armas químicas. Su utilización constituye un crimen y los responsables deben rendir cuentas. Se suponía que el gobierno de Assad había abandonado sus existencias de municiones químicas (aunque no el cloro) por el acuerdo de 2013, respaldado por la ONU, y cientos de toneladas fueron destruidas bajo la supervisión de la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas, Rusia y los Estados Unidos.

Al contrario de lo que se ha afirmado, el acuerdo del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas fue corroborado entonces, y, de nuevo, en 2015 y 2016 por un régimen de inspecciones de las armas químicas por parte de la ONU. Esto puede y debe ser restablecido, como ambas partes están ahora proponiendo en el Consejo de Seguridad.

Los inspectores deben tener acceso completo para recopilar pruebas, además de poder adicionales. Rusia tiene que hacerse responsable de sus compromisos de 2013, y ejercer presión sobre el gobierno de Assad para cooperar con las investigaciones en la atrocidad en Duma.

Es esencial insistir en la legalidad y en la sanción de las Naciones Unidas para cualquier acción militar.

Lo mismo se aplica a los grupos de la oposición armados, algunos apoyados por los saudíes y otros por Occidente, quienes han estado igualmente implicados en el uso de armas químicas. Se puede también aplicar presión a estos para encontrar responsables a través de sanciones, embargos y, si es necesario, a través de la Corte Penal Internacional

Una rendición de cuentas plena dependerá de un final del conflicto. Pero hay mucho que puede hacerse ya, sin añadir más gasolina al fuego sirio. Hay quienes son escépticos con la diplomacia multilateral. Pero es esencial insistir en la legalidad y en las sanciones de Naciones Unidas más allá de cualquier acción militar. Nosotros no podemos aceptar que una nueva Guerra Fría es inevitable como ha advertido el Secretario General de Naciones Unidas, António Gutierres. Un desplazamiento de la retórica de una confrontación sin fin con Rusia podría incluso ayudar a rebajar la temperatura y fomentar un consenso de las Naciones Unidas para una acción multilateral que pusiese fin de forma creíble a la agonía Siria.

La acción militar del fin de semana fue legalmente cuestionable. La propia justificación del gobierno, la cual depende fuertemente de la disputada doctrina de la intervención humanitaria, no superaba sus propios estándares. Sin contar con la autoridad de Naciones Unidas esto fue una vez más un asunto de los gobiernos de Estados Unidos y Reino Unido, arrogándose para sí una autoridad que no poseen para actuar unilateralmente.

El hecho de que el Primer Ministro ordenase los ataques sin solicitar la autorización del Parlamento solo subraya la debilidad de un gobierno que estaba en realidad simplemente esperando la autorización de un belicoso e inestable Presidente de los Estados Unidos. Esta es la razón por la que nosotros estamos presionando para que el Parlamento tenga en el futuro la palabra final sobre acciones militares planeadas en una nueva ley de poderes de guerra.

Más acciones militares serían una insensatez. Incluso más de lo que lo fueron en las desastrosas intervenciones en Irak, Libia y Afganistán, la guerra continua en Siria entraña grandes riesgos de un conflicto más amplio, comenzando con Rusia y arrastrando a Turquía, Irán, Israel y otros.

Tampoco hay ningún plan político que ofrecer. Libia ofrece el más reciente y calamitoso ejemplo de una operación militar lanzada sin una idea de la situación política posterior. Mientras tanto, la campaña de bombardeos saudí apoyada por el Reino Unido en Yemen es un desastre humanitario

El gobierno británico necesita actuar como una influencia condicionante en esta crisis, no como un fanático. Es una buena noticia que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas vaya a discutir sobre un nuevo régimen de inspección de armas y la recuperación de las conversaciones de paz paralizadas. Tales discusiones necesitan ser guiadas con el objetivo del acuerdo, no como una oportunidad de apuntarse tantos.

Nosotros debemos eliminar el azote de las armas químicas, pero también usar nuestra influencia para terminar con el azote todavía mayor de la guerra siria. Una solución diplomática, que permitiera la reconstrucción del país, la vuelta de los refugiados a su hogar y favoreciera un acuerdo político inclusivo para que el pueblo sirio decidiese sobre su propio futuro, no podría ser más urgente.Todo esto y no una nueva campaña de bombardeos, es lo que el pueblo británico quiere de su gobierno. Ahora es el momento para el liderazgo político y moral, no para respuestas militares viscerales.

Traducción para Sin Permiso: Rodrigo Amírola

https://www.theguardian.com/profile/jeremy-corbyn

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La búsqueda de la verdad en Douma.

por Robert Fisk.

Esta es la historia de una ciudad llamada Douma, un lugar devastado y apestado de bloques de apartamentos destrozados, y de una clínica subterránea cuyas imágenes de sufrimiento permitieron que tres de las naciones más poderosas del mundo occidental bombardeasen Siria la semana pasada. Incluso hay un doctor amistoso con una bata verde que, cuando lo busco en esa misma clínica, alegremente me dice que el vídeo sobre el «gas» que horrorizó al mundo -a pesar de todos los que dudan- es perfectamente genuino.

Las historias de guerra, sin embargo, tienen la costumbre de volverse más oscuras. El mismo médico sirio de 58 años de edad, agrega algo profundamente incómodo: los pacientes, dice, no fueron víctimas de un gas, sino de la falta de oxígeno en los túneles y sótanos llenos de polvo en los que estaban, en una noche de viento y fuertes bombardeos que provocaron una tormenta de polvo.

Mientras el Dr. Assim Rahaibani proclama esta extraordinaria conclusión, vale la pena observar que admite espontáneamente que no fue un testigo ocular y, como habla bien inglés, se refiere dos veces a los yihadistas armados de Jaish el-Islam [el Ejército del Islam] en Douma como “terroristas” – como el régimen llama a sus enemigos, un término utilizado por muchas personas en todo Siria. ¿Le entiendo correctamente? ¿Qué versión de los hechos vamos a creer?

Mala suerte, los médicos que estaban de guardia esa noche del 7 de abril están todos en Damasco dando testimonio para una investigación sobre armas químicas, que intentará dar una respuesta definitiva a esta pregunta en las próximas semanas.

Francia, por su parte, ha dicho que tiene “pruebas” de la utilización de armas químicas, y los medios de comunicación estadounidenses han citado fuentes que aseguran que análisis de orina y sangre lo demuestran también. La OMS ha dicho que sus asociados sobre el terreno trataron a 500 pacientes “que presentaban signos y síntomas consistentes con la exposición a sustancias químicas tóxicas”.

Al mismo tiempo, a los inspectores de la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ) se les impide llegar al sitio del presunto ataque con gas, aparentemente porque carecían de los permisos correctos de la ONU.

Antes de ir más lejos, los lectores deben tener en cuenta que esta no es la única historia en Douma. Hay muchas personas con las que hablé en medio de las ruinas de la ciudad que dijeron que “nunca había creído” las historias del gas – que por lo general tenían su origen en los grupos islamistas armados. Estos yihadistas, en particular, sobrevivieron bajo una tormenta de fuego de artillería en las casas de otras personas y en la vasta red de amplios túneles con carreteras subterráneas talladas en la roca viva a pico y pala por presos en tres niveles por debajo de la ciudad. Caminé por tres de ellos ayer, amplios pasillos de roca viva que aún contenían cohetes rusos – sí, rusos – y coches quemados.

Así que la historia de Douma no es sólo una historia de gas – o no gas, como puede ser el caso. Se trata de miles de personas que no optaron por evacuar Douma en los autobuses que salieron la semana pasada, junto con los hombres armados con los que tuvieron que vivir como trogloditas durante meses para sobrevivir. Caminé ayer por esta ciudad con bastante libertad, sin soldados, policías o vigilantes que siguieran mis pasos, solo con dos amigos sirios, una cámara y un ordenador portátil. A veces tuve que trepar altos terraplenes de más de 20 pies, arriba y abajo por las escarpadas paredes de tierra. Felices de ver extranjeros entre ellos, aún más felices por el fin del asedio, la gente en su mayoría sonreía; aquellos cuyas caras se podían ver, por supuesto, porque un número sorprendente de mujeres de Douma llevan hijabs negros completos.

Llegué en coche a Douma, como parte de un convoy escoltado de periodistas. Pero una vez que un aburrido general nos dijera fuera de una casa de protección municipal destrozada “No tengo información” – la más útil de las fórmulas de los vertederos de basura de los círculos oficiales árabes – me aleje solo. Varios periodistas, en su mayoría sirios, hicieron lo mismo. E incluso un grupo de periodistas rusos, todos en uniformes militares.

Fue un paseo corto hasta el Doctor Rahaibani. Desde la puerta de su clínica subterránea – “Punto 200”, se llama en la extraña geología de esta ciudad parcialmente bajo tierra – un pasillo conduce cuesta abajo, hasta su hospital humilde, donde me enseña las pocas camas donde una pequeña niña llora mientras las enfermeras tratan de curarle un corte sobre el ojo.

“Estaba con mi familia en el sótano de mi casa, a trescientos metros de aquí, esa noche, pero todos los médicos saben lo que pasó. Hubo una gran cantidad de bombardeos [de las fuerzas gubernamentales] y los aviones sobrevolaron Douma toda la noche – pero esa noche, hubo viento y enormes nubes de polvo comenzaron a entrar en los sótanos y bodegas donde vive la gente. Comenzaron a llegar con hipoxia, falta de oxígeno. Entonces alguien en la puerta, un “casco blanco”, gritó  “¡Gas!”, Y estalló el pánico. La gente empezó a echarse agua unas a otras. Sí, el video fue filmado aquí, es auténtico, pero lo que se ve son personas que sufren hipoxia, No intoxicación por gas”.

Curiosamente, después de charlar con más de 20 personas, no pude encontrar una que muestre el menor interés en el papel de Douma a la hora de provocar los ataques aéreos occidentales. De hecho, dos de ellas me dijeron que desconocían la relación.

Pero era un mundo extraño en el que entré. Dos hombres, Hussam y Nazir Abu Aishe, dijeron que no estaban al tanto de cuántas personas habían muerto en Douma, aunque el último admitió que un primo había sido ejecutado por Jaish el-Islam [el Ejército del Islam] por ser supuestamente “cercano al régimen”. Se encogieron de hombros cuando les pregunté sobre las 43 personas supuestamente víctimas mortales del infame ataque contra Douma.

Los Cascos Blancos – los primeros en responder médicamente, son ya una leyenda en Occidente, pero su propia historia tiene algunas aristas interesantes – jugaron un papel familiar en batalla. Son financiados en parte por el Ministerio de Asuntos Exteriores británico y la mayoría de sus oficinas y locales eran atendidos por hombres de Douma. He encontrado sus oficinas destrozadas no lejos de la clínica del Dr. Rahaibani. Una máscara de gas había sido abandonada sobre una caja de alimentos, con uno de sus ojos perforado y una pila de uniformes militares de camuflaje sucios tirados en la habitación. ¿Puestos allí a propósito, me pregunté? Lo dudo. El lugar estaba lleno de cápsulas, equipos médicos rotos y archivos, ropa de cama y colchones.

Por supuesto, debemos escuchar su versión de los hechos, pero no va a ser aquí: una mujer nos dijo que todos los miembros de los Cascos Blancos en Douma abandonaron su sede principal y optaron por tomar los autobuses bajo protección rusa organizados por el gobierno con destino a la provincia rebelde de Idlib junto con los grupos armados cuando se acordó la tregua definitiva.

Había puestos de comida abiertos y una patrulla de policías militares rusos – un nuevo extra opcional para cada alto el fuego sirio – y nadie se había molestado en irrumpir en la prohibida prisión islamista cerca de la plaza de los Mártires, donde las víctimas eran supuestamente decapitadas en los sótanos. El Ministerio del Interior sirio ha enviado graciosamente a su policía civil a la ciudad – que extrañamente viste ropa militar desgastada- que es vigilada por los rusos, que pueden ser o no vistos por los civiles. Una vez más, mis angustiadas preguntas sobre el gas solo encontraron lo que parecía ser genuina perplejidad.

¿Cómo es posible que los refugiados de Douma que habían llegado a los campamentos en Turquía describiesen un ataque con gas que nadie en Douma hoy parecía recordar? Se me ocurrió, mientras llevaba caminando más de una milla a través de estos túneles excavados por desgraciados prisioneros, que los ciudadanos de Douma vivieron tan aislados unos de otros durante tanto tiempo que las “noticias”, en nuestro sentido de la palabra, simplemente no tenían ningún sentido para ellos. Siria no es precisamente una democracia jeffersoniana – como me gusta decirles cínicamente a mis colegas árabes – y de hecho es una dictadura implacable, pero esto no podía acobardar a estas personas, felices de ver extranjeros entre ellos, e impedir que dijeran en unas pocas palabras la verdad. ¿Qué me estaban diciendo?

Me hablaron de los islamistas bajo los que habían vivido. Hablaron de cómo los grupos armados habían robado casas de civiles para escapar del gobierno sirio y de los bombardeos rusos. Jaish el-Islam había quemado sus oficinas antes de irse, pero los grandes edificios dentro de las zonas de seguridad que habían creado casi todos habían sido aplastados por los ataques aéreos. Un coronel sirio con el que me encontré detrás de uno de estos edificios me preguntó si quería ver lo profundos que eran los túneles. Me paré después de más de una milla cuando de manera críptica observó que “este túnel podría llegar hasta Gran Bretaña”. Ah, sí, la Sra. May, recordé, cuyos ataques aéreos habían estado tan íntimamente relacionados con este lugar de túneles y polvo. ¿Y el gas?

Traducción para Sin Permiso: Enrique García

The Search for the Truth in Douma

 

Sobre los autores:

Santiago Alba Rico: Filósofo, ensayista y arabista, reside en Túnez. En otras obras ¿Podemos seguir siendo de izquierdas? (Panfleto en sí menor) (Pol-len Edicions, Barcelona, 2014).
Leila Al Shami: es una bloguera británico-siria, que trabajó en Damasco con la valiente abogada por los derechos humanos Razan Zaitune, secuestrada desde el 2013 por un señor de la guerra. Ha trabajado con el movimiento por los derechos humanos y la justicia social en Siria y en otras partes de Oriente Medio, y es miembro fundador de Tahrir-ICN, la red que buscaba conectar las luchas antiautoritarias a través de Oriente Medio, el Norte de África y Europa. Escribió junto a Robin Yassin-Kassab el libro “País en llamas. Los sirios en la revolución y en la guerra”, publicado por Capitán Swing. Sus principales artículos y trabajos se pueden encontrar en su blog: leilashami.wordpress.com.
Jeremy Corbyn: Dirigente del Partido Laborista de Gran Bretaña.
Robert Fisk: Veterano y respetado corresponsal del diario británico The Independant en Oriente Próximo.
22/04/2018
Fuente de todos los artículos: http://www.sinpermiso.info/textos/siria-la-revolucion-imposible-y-los-imperialismos-dossier

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