La delincuencia desatada en Chile: la ficción construida por Agustín Edwards y su Fundación.

La Fundación Paz Ciudadana se define -de acuerdo con sus memorias- como «una organización sin fines de lucro, no partidista, que cuenta con la activa participación de importantes representantes del sector empresarial, de los medios de comunicación y del mundo político y académico del país» (2004). En la fotografía que encabeza esta nota, se evidencia el pacto de la casta político-empresarial que sella la creación de esta Fundación, todos contra los delincuentes versa su leitmotiv. No cualquier delincuente. Fuera de esta figura, quedan los Délanos, los Wagner, los altos ejecutivos de la Polar y de las empresas ligadas a conocidos casos de colusión, fuera quedan los que «financian» a Parlamentarios, fueran quedan los que roban agua como el mismo Pérez Yoma que aparece en la fotografía. El delicuente para este sector, se viste como pobre, huele a pobreza y vive en sectores populares. A continuación compartimos  dos columnas relacionadas con esta fundación, una de recientemente publicación que deja en evidencia la vigencia del pacto político-empresarial y otra, del año 2001, que es una reseña al libro «La Guerra y la Paz Ciudadana», un libro importante para quienes se quieran adentrar en la construcción ficticia de la delincuencia como el gran problema de la sociedad chilena actual. (Natalia Pravda, Editora CT)

El nuevo momento de Paz Ciudadana, la fundación del poder.

Por Nicolás Massai D.

Hace unos días se renovó el directorio de la organización, creada por Agustín Edwards en la década de los 90’. Desde ese tiempo a esta parte ha funcionado como una verdadera radiografía del poder, que instala temas en la agenda y en donde ocupan puestos personas de los dos lados del duopolio político. Su influencia vuelve a aparecer en el mapa.

El sábado pasado apareció en la sección de Vida Social de El Mercurio una fotografía que presentaba al nuevo directorio de la Fundación Paz Ciudadana. Sentado y al medio, figuraba el presidente de la entidad, Agustín Edwards del Río, uno de los tantos herederos del clan que está detrás del diario impreso y de la organización.

Al lado izquierdo de Edwards del Río, aparecía el ex ministro del Interior de Michelle Bachelet y actual vicepresidente de Paz Ciudadana, Jorge Burgos, mientras que al lado derecho estaba el otro vicepresidente de la fundación y cabeza de Falabella, Carlo Solari.

Arriba, de pie y sonrientes, se ubicaban los directores José Miguel Insulza, senador socialista; Felipe Kast, senador de Evópoli; Juan Antonio Coloma, senador UDI; Felipe Harboe, senador PPD; la directora secretaria Paola Luksic Fontbona y el director tesorero, Patricio Parodi.

Esta mezcla entre empresarios y políticos del duopolio es la fiel expresión del poder que acumuló esta organización desde su nacimiento en 1992, por iniciativa de Agustín Edwards padre luego del secuestro de su hijo Cristián a manos del Frente Patriótico Manuel Rodríguez.

En la mente de Jorge Araya, ex jefe de división de estudios de Seguridad Pública del Ministerio del Interior, permanece una imagen de fines de la década de los 90’, durante la elección que enfrentó a Joaquín Lavín y Ricardo Lagos Escobar, cuando este frente de la familia Edwards ya había entrado de lleno en la opinión pública.

“Me acuerdo que Lagos, siendo candidato, tuvo una reunión con Agustín Edwards, a propósito de un consejo con la organización. Fue el mismo Lagos el que declaró que no iba a hacer nada en seguridad ciudadana que no fuera de la mano de Paz Ciudadana. Me llamó mucho la atención y me chocó un poquito. Eso te lo cuento como una muestra de poder e influencia de la fundación”, señaló.

Pese a la red que se despliega al interior, Jorge Araya, actual académico de la Universidad de Santiago, valoró que la fundación no haya entrado a la discusión con una mirada “meramente represiva”. “Si tú ves el discurso de Paz Ciudadana en los últimos diez años, en general han abogado por la prevención, por la reinserción social, y no los he visto en un discurso populista y represivo”, añadió.

Don Graf

Cualquier persona que haya sido niño durante la década de los 90’, y que haya visto televisión a diario, recordará los comerciales que transmitían en Canal 13 con la imagen de un perro llamado Don Graf, que en poco más de medio minuto entregaba consejos para moverse con mayor seguridad.

Personas ligadas al rubro contaron que este tipo de iniciativas –y esta mascota en particular– provinieron de Nueva York, desde donde se importó una mirada que comenzó con un enfoque “represivo”, pero que poco a poco se fue abriendo a “temas de prevención”.

La fundación, acorde a palabras de un entendido en la materia, trae ideas de Estados Unidos para “implementarlas acá”, y si bien el directorio cumpliría “un rol bien importante en delimitar los temas, los énfasis han estado muy sujetos a la mano de quien la dirija”.

Actualmente su director ejecutivo es Daniel Johnson Rodríguez, un ingiero civil industrial de la Universidad Católica, sub 45, ex gerente de Desarrollo de Corpesca, que ha trabajado en el sector público pero que, como contó un experto, “no cuenta con una conocimientos propios en seguridad”. Una clara muestra de la influencia de la organización se dio en este ámbito, cuando, independientemente de la poca experiencia de Johnson, resultó uno de los invitados a la Mesa de Seguridad Ciudadana convocada por el gobierno.

Por su parte, Lucía Dammert, socióloga dedicada a temas de seguridad, explicó que para ella Paz Ciudadana tiene un rol principalmente “político, dada la influencia que tienen en los medios. Probablemente es la que tiene mayor impacto mediático de los resultados. En ese sentido, han jugado el rol de instalar agenda, fueron importantes para la reforma procesal penal, fueron claves en el primer gobierno de Sebastián Piñera y ahora jugarán el mismo rol”.

Dammert añadió que cree que la fundación tendrá importancia en este período no solo por las redes, sino que por el aporte técnico que se genera desde el interior.

“Inicialmente, en la década de los 90’, era una red de incidencia para instalar una temática principalmente de derecha. Hoy en día es una red de poder, una reunión más de la elite, pero dentro tiene un equipo técnico que hacen propuestas súper interesantes, y que tienen la suerte o el beneficio de ser dueños de uno de los principales medios y ser escuchados por los gobiernos por eso”, manifestó.

¿A quién consultarle?

La imagen radiográfica del poder no se encuentra solo en el directorio. En el consejo consultivo, por su parte, hay personalidades del duopolio que abarcan distintos sectores de la industria. Está, por el lado de las comunicaciones, Enrique Correa, quien se volviera un experto en el lobby luego de ser una figura elemental en la Transición.

En el mismo listado aparece uno de los hombres más millonarios y poderosos de Chile: Horst Paulmann, junto con otros empresarios como Luis Enrique Yarur (BCI) y la cuestionada Pilar Armanet (PPD y grupo Laurate), entre otros.


Reseña: La Guerra y la Paz Ciudadana de Marcela Ramos A. y Juan Guzmán De Luigi.

Investigación periodística. 217 páginas. Ed. LOM. Colección Nuevo Periodismo.  Año 2000

Por Jaime Pinos Fuentes

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Villa Cumbres Blancas, Puente Alto. Cuatro de la mañana, Un disparo. Alexis Pavez, de 20 años, cae de bruces con un balazo en la espalda. El rondín lo ha sorprendido intentando abrir un auto al interior de la Villa le ha encajado un tiro con su escopeta. No tiene permiso para portarla, pero la Junta de vecinos le ha dado su autorización. Aparecen los primeros vecinos. Guillermo Valenzuela, chofer de buses. Carlos Mejías, empleado particular. Carlos Vera, chofer de camiones. Todos padres de familia, todos con trabajo estable. Los 3 hombres se abalanzan sobre Pavez empiezan a darle de patadas:

-¿No te gusta robar conchetumadre, no te gusta robar?

Pronto se les une otro vecino, Carlos Enríquez, quien armado con un fierro golpea a Pavez repetidamente. Los 4 hombres, que no registran ni siquiera una detención por ebriedad, descargan su rabia sobre Pavez y la golpiza se prolonga sin tregua.

Cuando la furia pasa, los hombres arrastran a Pavez fuera de la Villa lo dejan apoyado en un árbol. Sus mujeres miran la escena tras las ventanas. Pero nadie hace el menor amago de llamar una ambulancia o a la policía. Los 4 hombres sólo regresan a sus casas y todos vuelven a dormirse.

Cuando, unas horas más tarde, su hermanastra encontró a Pavez todavía respiraba. El informe posterior de la Brigada de Homicidios determinó que el balazo había entrado por la espalda, descartando que Pavez haya opuesto resistencia. Estableció también que el joven tenía antecedentes por hurto era adicto a la pasta base pero que, al menos esa noche, andaba desarmado.

Pavez vivía en la población colindante a la Villa: Nuevo Amanecer. Un campamento de mediaguas conocido como foco de narcotráfico y delincuencia. La villa Cumbres Blancas, en cambio, era la demostración del progreso de ciertas capas populares durante los años del boom del libre mercado. Inaugurada apenas un año antes, sus casas eran pulcras y uniformes, con pequeños jardines y estacionamientos.

Sólo una calle separaba una de otra, y una reja de 2 metros que rodeaba todo el perímetro de la Villa para protegerse de sus temidos vecinos. Dos hurtos diarios parecían justificar la medida. Las madres no dejaban jugar a sus niños más allá del cerco de hierro y desconfiaban de los jóvenes de la Nuevo Amanecer a quienes creían delincuentes y drogadictos. Para la gente del campamento, en cambio, los de Cumbres Blancas eran los pijes de Puente Alto y sus continuas denuncias eran la causa de las detenciones y el maltrato que a menudo sufrían a manos de la policía.

De alguna forma la mezcla de ese miedo y de ese resentimiento explican el linchamiento de Alexis Pavez la madrugada del 6 de marzo del año 2000.

Con esta historia real se inicia La guerra la paz Ciudadana. Una crónica contundente documentada de eso que se fue convirtiendo poco a poco en pan de cada día. La sensación de inseguridad en las calles y aún dentro de la propia casa. La desconfianza frente al otro, especialmente frente a la estigmatizada juventud popular. La instalación a escala social de una atmósfera de crónica roja.

Este libro, demostración elocuente de que aún es posible en este país un periodismo de investigación crítico y serio, explica cómo la década de los 90 llegó a ser la década del miedo. Y revela los intereses que están detrás de su minuciosa organización. Porque es cierto que hay delincuencia, el punto es si, más allá de la propaganda, la delincuencia ha adquirido una magnitud proporcional al pánico y la paranoia que parece haberse apoderado de la sociedad chilena. La respuesta es no: Lo siguiente puede ser difícil de aceptar para un chileno que sintió en carne propia el miedo. Sin embargo el temor que lo persiguió al entrar a su casa, al caminar de noche por barrios desconocidos o cuando sus hijos tardaban más de lo presupuestado en regresar al hogar, todos esos miedos que parecen tan propios de esa década, no tuvieron justificación en la cantidad de delitos cometidos. Incluso en los momentos de mayor alza delictual, las personas tuvieron más posibilidades de perder su empleo que de sufrir un robo con violencia, de ser víctimas del abuso policial que de ser asesinadas, de que una empresa los engañara (vendiéndoles productos defectuosos o aplicándoles intereses abusivos) que de ser víctimas de un hurto.

Sólo queda entonces explicarse el miedo como una construcción. Como el montaje de una maquinaria política y mediática que ha buscado, sembrando el pánico y la desconfianza, imponer el control social y la represión. Este libro revela, justamente, cómo se ha ido montando esa maquinaria. Esa trama extensa y compleja. Fundaciones norteamericanas. Agustín Edwards, sus millones su delirio persecutorio tras el secuestro de su hijo. La derecha chilena que ha encontrado en el tema de la seguridad ciudadana un nuevo y efectivo paraguas para reciclarse que casi conduce a Lavín a La Moneda. La integración de connotados personeros de la Concertación en un nuevo nosotros que, rompiendo con las viejas diferencias, reúne a moros cristianos frente al enemigo común: el delincuente. Pero, sobre todo, este libro denuncia la violencia y la desigualdad social como la realidad que persiste y subyace a la organización del miedo: este es un libro para los que tienen miedo y para todos aquellos que creen que es inevitable sentirlo dada la magnitud alcanzada por los delitos. Este es un libro sobre la delincuencia, pero más profundamente, sobre el ridículo y la irresponsabilidad de un país con enormes niveles de pobreza desigualdad, que ha pasado los últimos 10 años convencido de que su gran amenaza es el «pato malo».

 Abril, 2001

Fuente:  http://www.bibliotecanacionaldigital.cl/bnd/628/w3-article-261402.html

 

 

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