Feminismo antirracista decolonial. Entrevista a Yuderkys Espinosa.

La mirada aguda de Yuderkys Espinosa. Imagen: Casa de las Americas.

«El problema del feminismo latinoamericano no es solo de colonización sino de colonialidad»

por Federico Pita/Página 12.

La destacada intelectual y activista feminista antirracista decolonial, ofrece una reflexión profunda sobre los desafíos de los movimientos sociales en América Latina. Yuderkys Espinosa enfatiza la necesidad de reconstruir la vida comunitaria y ancestral como clave para superar la violencia estructural. Critica el eurocentrismo en las izquierdas latinoamericanas y cuestiona los retrocesos en políticas de género de gobiernos de ultraderecha. Su enfoque resalta la importancia de ir más allá de la representación política y aboga por la reconexión con modelos de existencia previos al colonialismo para construir un futuro más justo y menos violento.

Yuderkys Espinosa Miñoso es una filósofa afrodominicana, actualmente una de las pensadoras más destacadas del feminismo decolonial antirracista. Ella, sin embargo, se autodefine como una “aprendiz”. En esta charla con Negrx, hace un recorrido de este aprendizaje constante que es su vida, los años que pasó en Buenos Aires, por qué fue agregando adjetivos a su posicionamiento feminista y cómo caracteriza la actualidad de los feminismos.

¿Cuándo o por qué comenzaste a llamarte feminista antirracista decolonial?

Las herramientas teórico-analíticas y conceptuales del feminismo no me alcanzaban para explicar mi condición en el mundo. No me era suficiente. Había una herida, unos dolores que sistemáticamente venía acumulando y no encontraba un discurso para poder sacarlo y explicarlo. Ahí comienzo a acercarme a la literatura de la teoría feminista negra. Primero Audre Lorde, bell hooks y Anzaldúa, las poquitas que llegaban a República Dominicana. Yo me había acercado a esta literatura primero desde una mirada lesbiana-feminista autónoma pero luego de la experiencia en Argentina, volví a ella y entendí que no hablaban solo de sexualidad. Ni siquiera era ése el centro de su análisis, sino que hablaban de lo que significa habitar un cuerpo negro. No fue una búsqueda individual, la hice con otras compañeras, como por ejemplo con Ochy Curiel. Conocí así la producción teórica de Sueli Carneiro por ejemplo. Igual, todavía allí nosotras, que leíamos teoría feminista poscolonial y del feminismo negro de EEUU, entendíamos que faltaba reflexión situada sobre nuestros territorios. En ese momento conocí a María Lugones en un congreso feminista en Buenos Aires. Y ella estaba en la misma búsqueda que venía teniendo con Ochy Curiel.

La experiencia en Argentina a la que te referís fue cuando te radicaste acá para hacer un posgrado, ¿no? ¿De qué manera aportaron esos años a tu experiencia como activista y pensadora feminista?

Antes era una furibunda comprometida con el feminismo, hasta que ya no se pudo sostener más y me ví en el espejo. Entonces pude realmente ver quién soy y descubrirme como ahora me nombro. Ese momento fanoniano, cuando te descubres siendo negra, siendo afrodescendiente. Este click tuvo que ver con mi migración. Me fui a vivir a Buenos Aires con muchas ansias, viendo a Argentina como un faro en términos de movimientos sociales y del tipo de feminismo contra-hegemónico que yo llevaba adelante y con el que estaba comprometida. Pero al llegar a Buenos Aires la violencia racista se elevó exponencialmente. Además, me aparecieron unas maneras del racismo que yo no había vivido en mi propio territorio: el racismo epistémico. Es decir, si tú eres una mujer afrocaribeña, solamente eres un cuerpo, una carne para el consumo; tú no puedes pensar.

Esa ilusión con la que yo iba de que me iba a hermanar en uno de los movimientos sociales más activos y más potentes y más radicales de América Latina eso se me fue totalmente al piso. Con el tiempo me fui dando cuenta que no somos todas iguales, que no tenemos ni la misma mirada del mundo, ni es verdad que perseguimos el mismo objetivo de sociedad. Que hay unas grandes diferencias que nos separan.

¿Cómo congeniaba el feminismo autónomo con ese “momento fanoniano” que mencionás, de reconocer que habitas un cuerpo negro?

Paralelamente a estas discusiones más teóricas que teníamos, fue que empezamos a discutir con nuestras madres políticas del feminismo autónomo. No sólo debatíamos teóricamente con ese feminismo francés e italiano, sino que debatíamos también la necesidad de confluir con los movimientos sociales que estaban en la calle en América Latina. Estaban volviendo con fuerza la conciencia política identitaria de los afrodescendientes y los indígenas, entonces entendíamos que había que unirse a estos movimientos. Pero el feminismo autónomo decía que había que mantener una separación de esos movimientos, porque eso era ensuciarnos con el patriarcado. Eso fue parte del inicio del feminismo decolonial y comunitario en toda la región. Un movimiento de mujeres que se nombra desde identidades no-blancas, que se nombran a partir de la racialidad, haciendo ver la condición histórica de lo que significa el racismo para nuestros pueblos.

Escribiendo un paper me dí cuenta que lo había empezado siendo una feminista antirracista y terminé de redactarlo siendo una feminista antirracista decolonial. Ese trabajo está publicado y se llama “Etnocentrismo y colonialidad en los feminismos latinoamericanos”. Ahí hago un ejercicio teórico-analítico de repasar lo que ha sido el feminismo en América Latina, un feminismo que no es latinoamericano, sino un feminismo en América Latina. Es una ficción que haya un feminismo latinoamericano, porque lo único que ha intentado ese feminismo es acogerse de la manera más fiel a lo que ha producido el feminismo en el norte global. Allí concluyo que el problema del feminismo latinoamericano no es solo de colonización sino de colonialidad. Las que administran los movimientos de mujeres, las que instalan nuestras agendas, las que tienen los recursos, las que manejan e imponen conceptos, están comprometidas con el feminismo eurocentrado. Para mí, la importancia del giro decolonial es que colocó la idea de raza como sustantiva del armazón de este proyecto civilizatorio moderno que se va a imponer a nivel global. Así que no hay colonialidad sin la idea de raza. La modernidad se funde en la colonialidad y la colonialidad se funde en la idea de raza. Por lo tanto la modernidad es sustantiva del proyecto de racialización.

Cabellos al viento en la isla Taquile del Lago Titicaca (Perú). Imagen: Angel Cayumán.

¿Qué observás, desde un feminismo antirracista decolonial, con respecto a los progresismos en América Latina?

Las izquierdas latinoamericanas han sido profundamente eurocéntricas. Sus proyectos políticos, sus demandas y sus estrategias fueron siempre eurocéntricas. Su utopía es moderna-eurocentrada, económicamente, materialmente, organizativamente. O sea, sigue un patrón que parte de la colonialidad. Primero les fue difícil dar el paso para entender la configuración racial como un elemento sustantivo de la configuración del capital. Las izquierdas han adolecido de eso hasta el giro decolonial que hizo su aporte en este sentido. Luego la izquierda nunca abandona el concepto de propiedad: o lo tiene el Estado, o lo tiene un particular. Así que, donde se realizaron reformas se hizo con una concepción de propiedad, y por consiguiente del capital.

Cuando empiezo a recorrer diferentes territorios de América Latina, para registrar lo que significó para los indígenas y afrodescendientes tener gobiernos de izquierda, veo que estos proyectos progresistas, socialistas y de izquierda son una continuidad de las ideas matrices del modelo civilizatorio moderno: la idea de progreso, de modernización, de explotación de la tierra para sacar el mayor provecho, de integrarse al mercado global por el intercambio, vender más mercancías, industrialización del territorio, mejorar el PBI, etc. No hay ninguna pregunta por la producción, sino que se centran en la distribución.

¿Qué lectura hacés de los retrocesos en políticas de género que llevan adelante los gobiernos de ultraderecha en la región?

Desde un punto de vista decolonial entiendo que, aunque siempre es preferible un gobierno de izquierda que uno de derecha, la política en la que estamos comprometidas y la política a la que invitamos excede estos escenarios de la política formal. Por ejemplo, el desmantelamiento del Ministerio de la Mujer en Argentina. Cómo me voy a lamentar, si incluso antes de ser feminista antirracista y decolonial, cuando solo era una feminista autónoma ya veíamos que estos espacios eran el producto de los acuerdos de feministas privilegiadas, blancas-mestizas. Esto ya lo hemos estudiado y analizado. Los sistemas de igualdad de género en América Latina surgieron como parte de un programa neocolonial y neoliberal. Y fueron acuerdos que cerraron las cúpulas feministas con los gobiernos neoliberales de los años noventa.

Para algunos sectores del progresismo argentino resulta difícil entender eso…

Sé que mucha gente se va a quedar sin trabajo y eso sí me preocupa, pero el cierre de esos ministerios en sí, no significa nada. Son discusiones ficticias en las que nos tienen entrampadas. Por más mal que pueda caer esto, esas instituciones no son elementos de mi interés, ni son el tipo de políticas por las estoy trabajando ni las que enseño. De hecho, la gran mayoría de las mujeres no se ha beneficiado con estas políticas públicas, ni de esas famosas instituciones. La pregunta es, ¿cómo producimos, desde los movimientos sociales, nuevas maneras de gestión de la vida y de la justicia? Ahí es donde estoy anclada trabajando.

En el caso de Francia Márquez en Colombia y Anielle Franco en Brasil, ¿qué análisis hacés de las políticas públicas que están llevando adelante allí?

Habrá que esperar a ver cómo se desarrollan los hechos. En principio, hay que ver las cosas con cautela. Puede que haya alguna diferencia con lo hecho hasta ahora. No digo esto necesariamente porque sean mujeres negras, de hecho creo que la política antirracista y la política decolonial excede la discusión de la representación. Entiendo que la representación es importante, pero no es lo único que va a garantizar un proyecto de justicia para todas y todos. Hay un movimiento negro de derecha en EEUU, en Colombia, por ejemplo. Ya sabemos que una porción del movimiento negro en América Latina quiere ser parte de este modelo neocolonial y neoliberal. Esta es la misma discusión con el feminismo, como si acaso por ser mujeres ya estamos limpias y podemos producir otro tipo de política y no es así. Esto se heredó del feminismo de la diferencia, que viene de Francia e Italia y pensaba una política específica para mujeres. Ahí tenés a las mujeres en las Naciones Unidas, a Margaret Thatcher o Condoleezza Rice de Estados Unidos… entonces, ¿qué estamos buscando? ¿Curules [bancas] en el Congreso y llegar al poder para representar? ¿Queremos gente negra ahí para que representen el mismo modelo? Ojo no estoy diciendo esto por Francia Márquez, ni por Anielle Franco, es otra la cuestión. Estoy describiendo el peligro que se corre al entrar a este tipo de políticas pre-formateadas. La tensión es cómo hacer coincidir los intereses del Estado-nación moderno con los intereses de la mayoría. El modelo de muerte necesita explotar a un grupo grande para el beneficio de un pequeño grupo, no hay un “adentro” donde quepamos todes. Ahora, en ese pequeño grupo, tenemos multimillonarios que son mujeres negras y hombres negros. Por supuesto que hasta lloré de la emoción cuando Francia Márquez llegó. Pero la realidad está mostrando los límites y los problemas que está trayendo eso. No le está siendo fácil, no solo por la derecha, sino por el propio pueblo negro que viene de otro proyecto civilizatorio, de otra forma de gestionar la vida y tiene que entrar a negociar con las reglas y normativas de una institución que es moderna-colonial.

El panorama general es bien complejo, ¿notás avances en algún tema en particular?

Por supuesto hay discusiones interesantes que se están dando. Se están cuestionando, por ejemplo, la cuestión de la lucha contra la droga y la intervención de EE.UU., la demonización de la coca, los territorios abandonados totalmente por el Estado-nación. Todos pequeños grandes pasos. Sin embargo debemos saber que se están dando dentro de este modelo. No digo que esto esté bien ni que esté mal; creo que son oportunidades que nos permiten una base de derechos para dar continuidad a una lucha de transformación que es más profunda. Esa es mi esperanza. Pero no hay que dormirse en los laureles pensando que los proyectos políticos se terminan con la conquista del Estado. Eso puede ser una estrategia, para mejorar o garantizar ciertas condiciones, porque por supuesto, en un pueblo como Colombia donde estaban matando todos los días, cómo no vamos a aplaudir el mejoramiento de ciertas condiciones. No es que no hayan dejado de matar, pero se están dando algunas mejoras. Si dejan de matar a los protectores de los territorios, eso solo ya valió la pena, porque esos protectores del territorio podrán seguir haciendo su trabajo.

En este contexto que relatas, ¿cuál es el horizonte a seguir y qué lugar ocupa tu espacio de pertenencia el “Grupo Latinoamericano De Estudios, Formación y Acción Feminista – GLEFAS” en la discusión actual?

Tenemos 20 años de existencia con GLEFAS y hemos aprendido mucho. No siempre ha sido el mismo horizonte político. Al comienzo había momentos de intuición y de mucho aprendizaje. Eso nos fue guiando. Hoy tenemos más consolidada la idea del horizonte político. Ni siquiera lo definimos nosotras, sino que nos unimos a los diálogos con personas que están haciendo las luchas importantes en este momento en los movimientos comunitarios (más que los movimientos sociales actuales, que están bastante formateados). Estoy convencida de que esa gente es la que hace que el mundo siga girando. Nos enseñan que el horizonte político está en el compromiso de restaurar la fractura del mundo producida por la modernidad. Comprometidos con establecer el vínculo de la vida, el vínculo intrínseco entre todas las formas de existencia, humanas y no-humanas. La humanidad se ha encargado de volver no-humanos a la gente racializada. Hemos sido vistos como no-humanos y en muchos espacios todavía somos vistos como tales. Pero el problema va más allá. El concepto y la idea de humanidad está basada en qué hay unas existencias superiores a otras y, por tanto, siempre habrá existencias que están simplemente siendo seres para otres. Solamente su estar en este mundo es para ser explotado y que otros usufructúen los beneficios de su existencia. Por eso el proyecto al que estamos comprometidas con GLEFAS aboga por la reconstrucción de los lazos comunales-comunitarios, los vínculos de la vida, los vínculos ancestrales con el territorio, los vínculos ancestrales con lo presente y lo que parece ausente, como la espiritualidad, nuestros ancestros, eso que no se ve pero que está. Nuestros ancestros resistieron y por eso estamos vivos. Ellos construyeron modelos civilizatorios contrarios a este modelo de modernidad y han marcado el camino del futuro. El proyecto de futuro no lo vamos inventar como algo novedoso totalmente. Hay comunidades, hay pueblos, hay civilizaciones que lo han vivido y esos proyectos fueron truncados, semi-destruídos. Cuando recorro los territorios veo mucho de eso que hemos tenido, que sigue vivo. La modernidad ha romantizado el futuro y, ya sea de izquierda o de derecha, nos proponen un tipo de futuro que la verdad, prefiero romantizar el pasado. Prefiero pensar que hubo tiempos mejores que estos tiempos de mierda que vivimos ahora. Que hubo tiempos donde las formas de violencia eran mucho menores y había formas de diligenciar la violencia mejor que ahora. La forma actual fue impuesta por un modelo civilizatorio que viene desde el territorio europeo, un territorio basado históricamente en la depredación y la guerra entre ellos. Nuestra historia, la de América, no es eso. Esto no significa que no hubiera problemas, o imperios, aunque eso de imperios es discutible. Sin embargo, se puede encontrar ahí algunos horizontes de utopía que nos hablan de una mejor vida de la que nos propone occidente.

Esto puede sonar muy “aéreo”, muy teórico y muy bonito, pero es una oportunidad para ver todo eso que ha sido oculto por el ojo moderno. Lo que nos enseñan en la escuela, en la universidad, y también los propios movimientos sociales que siguen pensando a la revolución francesa o el Mayo Francés del 68 como referentes, o la resistencia a la dictadura de Franco en España. Seguimos mirando esos modelos, como la lucha obrera en Europa y en los EE.UU., problema que siempre han tenido nuestros teóricos de izquierda. Miran con las herramientas y con los conceptos que son productos de una herencia histórica que no es la nuestra. Por eso nunca terminan de calzar. Si ves al mundo indígena como pre-capitalista, como un pre-campesinado, actúas desde esa mirada y piensas que eso es algo que hay que dejar atrás, que hay que abandonar.

Nuestra apuesta sigue siendo aprender y descubrir aquello que hemos sido antes y después de la llegada del colonialismo. Queda mucho que está vivo y que podemos rastrear. Que está en la lucha presente hoy en día, son modelos que son realmente existentes, no como nos quieren hacer creer, no desaparecieron, están ahí. A esta altura no podemos decir que hay nada puro, si es que alguna vez lo hubo, o que no sea moderno, pero podemos rastrear muchas rupturas epistémicas y ontológicas que nos muestran otro tipo de vida, otra forma de existencia y otros modelos de organización de menor violencia y de mayor Justicia.

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/719036-yuderkys-espinosa-el-problema-del-feminismo-latinoamericano-

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